El desarrollo de una cultura marítima común ha hecho que durante décadas Luanco y Candás compartieran diversas profesiones ligadas entre sí, como la de pescador, redera o conservera; sin embargo hoy la mayoría están en vías de desaparecer. La evolución constructiva de las embarcaciones de madera también ha sido una constante en esa vinculación. De su pasado en Candás apenas queda como recuerdo un nombre, la calle Astillero, mientras que en Luanco esa actividad se mantuvo con gran éxito hasta no hace mucho tiempo con varios talleres en activo.

La capital de Carreño ha sido, pues, dependiente de los carpinteros de ribera de la vecina villa, tanto en la construcción como en la reparación de distintos tipos de barcos tradicionales, según su propulsión -de remo, vela, vapor y motor- o según las artes de pesca a las que estaban destinados: la lanchona para el bonito, la trainera para la sardina...

Como único referente de todo aquello hoy en Luanco sólo queda Astilleros Suárez, emplazado en el barrio de La Soledad, núcleo considerado como el asentamiento más antiguo de los pescadores de Luanco, también conocido como Les Escallejes o La Judea. El astillero lo regenta José Joaquín Suárez García, «Choli», de 53 años; antes lo hizo su padre, Ignacio Suárez, ya fallecido. El astillero data de 1961. El lugar actual se inauguró el 19 de marzo de 1966. Pero la actividad va en retroceso, está tan mal que «si no cambian las cosas dudo que pueda jubilarme en este oficio», asegura. La situación contrasta con lo que ocurría hace cuarenta años en Luanco: «En 1966 había siete astilleros y mucho trabajo, los del Dique y el Gallo elaboraban embarcaciones grandes, en el resto predominaban las pequeñas».

Tales eran los pedidos que su padre llegó a construir para armadores locales en el prao El Infiernillo próximo al muelle luanquín tres barcos de gran porte: «José Arturo» y «Esmeralda», dedicados al palangre y la merluza, y el «Santanina», que anduvo al cerco. Choli recuerda que el primer barco realizado por su padre se llamaba «Curro», para Mariano Pito, de Luanco. También solía recibir encargos de Candás, sobre todo, de lanchas pesqueras de seis a ocho metros «para andar al marisco y alguna al abarique».

Los términos de esta profesión también están a punto de desvanecerse en el vocabulario ribereño: «Conservo las herramientas de mi padre, pero hoy ya nadie pregunta por el guiame, la garlopa o la gubia ?». La principal madera utilizada sigue siendo el roble y el castaño, procedentes de zonas boscosas de Grao, Cornellana, Tineo o Infiesto. «Ahora ya no se hacen barcos de carpintería de ribera, el último lo hice yo en el 2004, el "Llugarina", para Luanco. Desde entonces no hay un trabajo constante, y con la crisis, menos. Esto se acabó. Para Candás hago algunos trabajos, sobre todo, de mantenimiento».

Las averías más habituales a las que tiene que hacer frente es lo que se llama «echar un rumbo», o sea, poner una tabla en el costado de la lancha, «algo bastante frecuente, porque al estar metidas por el pedrero pegan en las piedras». Estos días el Choli pone a punto en su astillero la embarcación «Naife», una de las lanchas más antiguas que existen en Candás. La embarcación de casco de madera tiene tras de sí un largo historial. Fue construida en 1951 por Francisco Vega Fernández en Luanco. Se inscribió en la lista 3.ª de pesca profesional, ocupando el folio 1.677 del distrito marítimo de Luanco.

Siempre estuvo adscrita a la flota del puerto de Candás, su primer propietario fue el pescador candasín Ramón González, «el Noco», poco tiempo después pasó a José Alijostes Gutiérrez, «Pepín el de la Rizosa», y desde el año 1958 pertenece a Ramón Rodríguez González, «Ramón el de Lolo».

A lo largo de su dilatada vida de mar, con una dotación de tres tripulantes, se dedicó al marisco con nasas, a la pesca de la sardina con redes de abarique, y principalmente durante la época estival hasta 1980, a la captura de pescados de roca utilizando las redes de enmalle denominadas «tresmallos». Actualmente forma parte de la flota candasina dedicada a la pesca deportiva.

Los barcos de pesca tradicional han ido dejando paso en el litoral asturiano a las embarcaciones de recreo construidas en fibra. José Manuel Fernández Costales, «Nolo», fue también carpintero de ribera de Luanco; jubilado, nos describe esa transformación de la que fue testigo directo.

«Mi relación con la madera empezó cuando tenía 13 años, como maquetista. Trabajaba en el taller de Valentín, encima del parque, en la avenida del Gallo, éramos 6 o 7 en el taller, y a mí me pagaron 9 pesetas la primera semana. En el Museo Marítimo hay miniaturas mías de 1948, cuando se fundó». En 1951 comienza como carpintero de ribera en el astillero de Alfredo González, en la calle España, hasta 1954, en que se incorpora al servicio militar. Regresa a su profesión en 1956, estableciéndose por su cuenta en 1958 y fundando junto a su hermano Astilleros Costales en la finca «Concha la Reinina», en la carretera del Gallo.

La media de construcción era de 5 a 6 barcos de pesca al año, aunque dependía del tipo y el tamaño. En la década de los setenta comenzaron a proliferar los encargos de barcos de recreo, y en 1983 empezó con barcos de fibra, por lo que se considera pionero en este tipo de construcción y material. Para entonces las lanchas de pesca también habían cambiado: «Hace 40 años eran más estilizadas, sin embargo en estos momentos la normativa obliga a tener otras medidas, así que los barcos son más estables, andan mucho más y son barcos de verdad».

En su época había piquillas entre los distintos astilleros por ver quién trabajaba y ensamblaba mejor las piezas de madera, por ello no se considera un calafate: «Nunca calafateé una lancha -sellar el casco mediante estopa alquitranada para impedir que entrase el agua-, eso ya lo tenía casi olvidado en los años sesenta, lo único que se calafateaba era el branque o roba, el codaste y la quilla, porque se utilizaba madera más verde». Entre las embarcaciones a las que guarda especial cariño se encuentra el famoso bote candasín, «Kubala», un tipo de batel que le gustaría recuperar.

Cuando se pasó a la fibra dejó definitivamente la madera, y en el año 2000 se cerró Astilleros Costales en el barrio de Tetuán. A sus 75 años Nolo disfruta de su jubilación, pero igual se entretiene haciendo una maqueta dentro de una botella que hace talla o restaura un bargueño centenario. Con todo, este carpintero de ribera sentencia que «donde esté la madera, que se quite una lancha de fibra, es la obra viva de los barcos, requieren mayor mantenimiento, pero tienen mayor flotabilidad y navegación».