El otro día Ce y yo nos dimos cuenta de que teníamos problemas. Discutíamos por unos cuantos asuntos y nuestras posturas parecían irreconciliables. Le dimos muchas vueltas, hablamos mucho, buscamos consejos profesionales, se lo consultamos a los amigos, lo intentamos todo y nada dio resultado. Estábamos empezando a volvernos locos cuando decidimos aprender del entorno. Miramos a nuestro alrededor, aquí cerca, en Siero, ensanchamos algo más la mirada, hacia Asturias, y después elevamos el punto de vista hasta abarcar toda España. Entonces se nos encendió la bombilla a los dos al mismo tiempo. Tomamos la decisión más habitual: creamos una comisión. Desde entonces, nos reunimos el primer miércoles de cada mes para tratar el asunto y, a decir verdad, tenemos los mismos problemas de siempre, o quizá más, pero sólo el hecho de formar parte de la «comisión de estudio de la controversia hogareña» hace que nos sintamos más felices, seguros e importantes.