La Encrucijada (Cabranes),

Mariola MENÉNDEZ

«Ahora estoy viviendo la infancia que primero no tuve», afirma Esther Toral, una cabranesa que a sus 86 años acaba de aprender a dividir por una cifra y a restar. Sus circunstancias personales también la obligaron a dejar para la tercera edad la escritura. Lo consiguió a través de los talleres que organiza el servicio de atención a mayores de la Mancomunidad de la Comarca de la Sidra, a los que está más que agradecida. Confiesa que su sueño hubiera sido poder estudiar para haber ejercido como enfermera o maestra. Pero su vida, lejos de ser un camino de rosas, no se lo permitió. Desvela que la primera vez que pisó una escuela fue después de casarse y lo hizo para asistir a la actuación teatral de una sobrina.

Esther trata ahora trata de recuperar parte del tiempo perdido, manteniendo la sonrisa a pesar de las dificultades. Lo malo es que los años no pasan en balde y empiezan a pesar, más cuando la soledad es una amarga compañera de viaje. De hecho, Toral es una de las mayores adscritas al programa «Cerca de ti» que pone en marcha la Cruz Roja, que busca voluntarios para mitigar la soledad de los mayores.

Esther aún conserva los duros recuerdos de su infancia, marcada por la indiferencia y las palizas que le propinaban sus tíos. Ellos se hicieron cargo de Esther cuando tenía cinco años, tras la muerte de su madre. No duda en afirmar que «eran casi salvajes. Me crié muy esclava y maltratada», un trato para el que, a pesar del transcurrir de los años, no logra explicar las razones. Está convencida de que no la querían. «Muchas veces lloré a mi madre y muchas le pedí que me llevara con ella», afirma aún hoy con sentimiento la anciana. La vida de esta mujer es un ejemplo de lucha y superación, a pesar de la multitud de obstáculos con los que se ha ido encontrando. «Me casé pensando que salía del infierno para ir al cielo y me equivoqué», admite la cabranesa. Aunque su matrimonio la libró del maltrato físico, indica que tampoco conoció la felicidad al lado de su marido y, para colmo, su infertilidad le impidió poder dar a un hijo el cariño que a ella le fue robado. Defiende la igualdad de género porque le tocó vivir una época en la que «las mujeres no pintaban nada».

A pesar de los vientos que soplaban desfavorables siempre ha tenido el tesón y la fuerza suficientes para salir adelante. Relata que aprendió a leer de forma autodidacta, a través de los libros de sus primos. Agrega que pasaba los tiempos muertos mientras llendaba las vacas, leyendo el periódico de sucesos «El Caso», pero la lectura de tantas desgracias juntas la obligaron a interesarse por otras publicaciones. «Saber leer es lo que más influye en todo», asegura. Ahora es fiel a su diccionario y se entretiene con revistas, libros o crucigramas, aunque también se distrae siguiendo la vida de famoso como Isabel Pantoja y Julián Muñoz.

No fue hasta después de casada cuando Esther Toral aprendió a «echar las cuentas» y afirma que nunca ha usado la calculadora. De escribir, nada, se conformaba con poder dejar impreso su nombre en un papel. Ahora ya ha superado ese reto y no descarta otros como iniciarse en la informática. Indica que los ordenadores le parecen «entretenidos» y no duda en reconocer que cada día es un aprendizaje para ella. «La vieya no quería morir porque cuanto más vieya era, más sabía», ironiza.