Nava,

Mariola MENÉNDEZ

La pericia de Gabriel Rodríguez como piloto le salvó la vida en el aterrizaje de emergencia que tuvo que realizar con su ultraligero el lunes cuando iba de regreso a la base de la Morgal (Llanera). En pleno vuelo se le paró el motor. «Entiendo que lo hice mejor imposible. Diría que perfecto», asegura el joven naveto, por lo que se siente más que orgulloso.

Fue cuestión de menos de medio minuto, tiempo en el que la toma de decisiones fueron cruciales para lograr que tanto él como su avioneta salieran indemnes, ya que ninguno de los dos se llevó ni siquiera un rasguño. A pesar de este percance asegura que la avioneta es un medio de transporte seguro, «porque el promedio de accidentes es mínimo». Agrega que «no es habitual que te ocurra algo así, ya que tecnológicamente estos ultraligeros están muy avanzados y sus motores son fiables».

Gabriel Rodríguez salió el lunes por la tarde a surcar los aires como hace siempre que dispone de tiempo libre, ya que volar es una de sus grandes pasiones. Desde que era bien pequeño tuvo claro que lo suyo eran las alturas y estuvo aún más seguro de ello cuando con diez años se subió a un ultraligero motorizado, cuyo peso máximo es de 450 kilos. Consiguió ponerse al mando de uno de estos aparatos hace unos cuatro años, cuando obtuvo la licencia de piloto en la escuela de La Morgal.

El naveto relata que el lunes se disponía a realizar el procedimiento habitual de aterrizaje cuando se percató de un problema mecánico. «Noté que no iba bien el motor, como si se quisiera parar, que fue lo que ocurrió», apunta. El piloto sobrevolaba Ables (Posada de Llanera), a una altura de 1.350 pies o unos 450 metros sobre el nivel del mar. Explica que en el caso de que el motor se pare, como le ocurrió al naveto, «es importantísima la altitud para tener margen de acción».

Lo primero que comprobó fue que los parámetros generales de la nave (como temperatura o combustibles) estuvieran correctos y así fue. Posteriormente, intentó arrancar de nuevo el motor en pleno vuelo, pero tampoco tuvo éxito. Así que, consciente de que este fallo mecánico impediría al ultraligero seguir avanzando y volar al carecer de velocidad, optó por «picar (bajar) lo justo el morro para ganar velocidad y observar cuál era el sitio más adecuado para parar el avión». Además, Gabriel Rodríguez tuvo que calcular la distancia, la altura y la velocidad para llegar al punto elegido sin sufrir daños. Mientras, contactó con un familiar suyo que también había entrado en la zona de aterrizaje y le comunicó la situación. El naveto alcanzó la finca elegida después de sortear un tendido de alta tensión, un poste de teléfono y la alambrada de la finca. «Aterricé perfectamente», resume Rodríguez entre aliviado y satisfecho. Por fortuna, ni la aeronave ni el piloto sufrieron daño alguno.

Una vez en tierra, Gabriel Rodríguez logró arrancar de nuevo el motor del ultraligero y regresar por aire el aparato a la base de La Morgal, aunque él prefirió no volver a ponerse a los mandos. No obstante, el susto le pasó rápido porque si el percance lo tuvo alrededor de las seis y media de la tarde, dos horas después ya estaba subido a otro avión. «Necesitaba volver a volar». Su pasión por las alturas la mantiene intacta.