Mis amigos se alegraron de que no hubiese estado el anterior fin de semana en la Pola, porque comparten conmigo reconocer el derecho que los ciudadanos tienen al sueño y al descanso y condenar el despilfarro energético con el único propósito de la notoriedad y la molestia. Resulta difícil comprender que se lancen al viento decibelios que impiden a los bebés mantener el sueño, a los enfermos o los ancianos el ansiado silencio y a cualquiera la lícita paz que costeó con el doble acristalamiento. Como hablar de derechos personales está peor visto que hacerlo de salud, entre otras cosas, los ruidos intensos tienen repercusiones cardiacas o emocionales. Para quienes tienen como valor máximo la naturaleza, se sabe del efecto ahuyentador que el ruido ejerce sobre las especies animales. Las protestas ante tamaña bofetada acústica se silencian argumentando la autorización por Delegación del Gobierno y, entonces, la sensación de indefensión se cristaliza en palabra que empieza por «m», añorando un «¡basta ya!» que frenase el desatino de lanzar treinta mil vatios al aire.