Villaviciosa,

Mariola MENÉNDEZ

Dentro de los muros del monasterio de la Purísima Concepción, en el que habita la comunidad de monjas Clarisas de Villaviciosa, hay muchísima más actividad de la que uno puede imaginar. «Las monjas se dedican a algo más que a rezar», explica de forma resumida sor María Esther. Prueba de ello es el trabajo que tienen en su taller de encuadernación, en el que las hermanas aún conservan parte de la forma artesanal de proceder, con una antigüedad de más de 300 años.

Otra de las religiosas lo resume con la siguiente frase: «No hacemos bellas artes, sino artes bellas». Y no está desencaminada, teniendo en cuenta los laboriosos procesos de restauración de obras antiguas que muchas veces les piden sus clientes, algunos procedentes de la Embajada vaticana. Pero sor Susana, la responsable del taller, asegura: «A veces los libros son agradecidos, pero no siempre se puede hacer lo que se quiere». La obra más antigua que recuerdan haber tratado data de 1600 y estaba realizada de forma artesanal en pergamino y con botones de piel. También recuerdan la restauración del libro del Sínodo de Oviedo de 1886 o de un misal de 1800. Entre otras bibliografías de interés que han pasado por su taller se encuentran una obra que fue regalada al Príncipe de Asturias. Las monjas también encuadernaron una biografía de la madre Celina (una religiosa de Villaviciosa), de la que es autora la madre abadesa y que las Clarisas regalaron al Papa Benedicto XVI.

Sor Susana explica que aprecian un empeoramiento de la calidad de los materiales con los se que trabaja, cuestión que achaca a «las prisas» y a que la competencia obliga a abaratar la encuadernación en detrimento de la calidad.

«Nosotras seguimos con la misma calidad y lo hacemos como antiguamente, con cuerdas y cosidos», manifiesta la religiosa. Prueba de ello es que sus clientes «nunca preguntan el precio porque vienen a encuadernar un libro con calidad y permiten trabajar con mucha soltura».

La responsable de este taller (del que proviene la segunda fuente de ingresos del monasterio después de la costura) destaca que la mejor piel para realizar estos trabajos es la de cabra chagren. Luego está el pergamino, seguido de la badana. Aunque también trabajan en tela, papel y guaflex.

Una de las partes más llamativas del proceso de encuadernación es el grabado, en muchas ocasiones realizado en oro. Sor Silvia se encarga de esta fase con tiento y esmero, empleando los mismos instrumentos de hace más de treinta y cinco años. La madre abadesa, María Luisa Picado, fue la promotora de este taller. Una de las razones que la impulsaron a ello es que a principios de los años setenta, cuando llegó al monasterio, había varias monjas jóvenes a las que no les gustaba la costura y decidieron probar suerte con la encuadernación después de tener como maestras a las monjas pelayas de Oviedo. Picado explica que en aquella época se habían lanzado al mercado varias colecciones y las Clarisas encuadernaron muchos de aquellos fascículos como la enciclopedia «Monitor» o «Historia de Asturias», recuerda la madre abadesa. En la actualidad han notado un descenso de las peticiones para encuadernar fascículos y sorprende que hayan incrementado los encargos en piel, a pesar de la crisis. También aprecian que se lee menos.

Muchas personas llegan al monasterio para confiarles a las hermanas la recuperación de algún libro que, a pesar de no tener demasiado valor, sí tiene una importante carga sentimental. Saben que las manos de las religiosas los tratarán con mimo.