Carbayín Alto,

Manuel NOVAL MORO

Si, como sostiene Eduardo Punset, el alma está en el cerebro, cualquier daño de cierta consideración que sufra el cerebro afectará de forma fundamental a la vida de una persona hasta cambiarla casi desde los cimientos. El centro de rehabilitación de Carbayín Alto, que gestiona la asociación Cébrano de ayuda a afectados por lesión cerebral sobrevenida, es un lugar donde este hecho se hace patente. Todos los días tratan con personas que, a causa de accidentes o de ictus y otros daños, tienen que luchar por rehacer sus vidas, por superar la inmovilidad de algunos de sus miembros, por aprender de nuevo a hablar y, en suma, por volver lo más cerca posible de la normalidad.

Muchos lo consiguen, con trabajo, con paciencia, con altibajos también y, sobre todo, con mucho apoyo. La asociación organizó ayer, en su sede de Carbayín Alto, un encuentro con las familias en el que pacientes, familiares y trabajadores compartieron sus experiencias.

Cébrano cuenta con 250 socios, 27 usuarios del centro de día y cerca de 60 personas en tratamiento ambulatorio. En la sede trabajan dos neuropsicólogos, un logopeda, dos fisioterapeutas, un terapeuta ocupacional, tres cuidadores, dos educadores, dos chóferes, que traen a los pacientes desde distintos puntos de Asturias, y una persona para la limpieza.

En el centro se puede encontrar todo tipo de casos, algunos de ellos muy duros, aunque siempre alimentados por un rayo de esperanza. Un buen ejemplo es el de Aroa Lastra, una joven de 22 años de La Felguera, que hace un año, cuando trataba de recuperarse de una leucemia, sufrió un daño cerebral a causa de la quimioterapia que le dejó inmovilizado todo el cuerpo y también le afectó al habla. A base de trabajo y de voluntad, se está recuperando de los daños. Después de dos meses en el centro de Carbayín, al que acude los martes y los jueves para asistir a terapia ocupacional, logopedia y fisioterapia, ha recuperado el habla y la movilidad en un brazo y en una pierna. Su principal objetivo, ahora, es poder caminar.

La recuperación es lenta y requiere paciencia, pero la joven está contenta con sus avances. «Aroa es una luchadora», asegura Luisa Méndez, la trabajadora social de la asociación.

Mari Carmen Martínez, vecina de Ferrera, de 58 años, trabajaba el 28 de diciembre de 2008 en el bar Fano cuando, de repente, en medio de la agitación, se sentó para descansar y comprobó, no porque sintiera nada sino porque se lo dijeron, que tenía la cara torcida. Después se daría cuenta de que tenía paralizada toda la parte derecha del cuerpo. «En ningún momento sentí nada», asegura. Ni un dolor ni un mareo. Había sufrido un ictus. Estuvo en la UVI casi un mes y continuó ingresada en planta hasta el verano siguiente. La lesión le impedía caminar y la obligó a ir en silla de ruedas. Desde hace un año asiste todos los días al centro de Carbayín, donde se queda a comer. El trabajo ha dado mucho fruto. Por lo pronto, ha vuelto a andar. Primero con una muleta y, más tarde, ya sin nada.

Lo más difícil es recuperar toda la movilidad en la mano izquierda, pero confía en que llegará en su momento. Entre tanto, su mejoría avanza. «No es que lo note yo; me lo nota todo el mundo», asegura. «Ahora me visto sola. Lo único que no puedo hacer por mí misma es ducharme, por miedo a resbalar; pero limpio y hago la cama», asegura. Tampoco ha vuelto a trabajar en el bar. Mari Carmen esta muy contenta con el centro. «Nos tratan muy bien», afirma.

Esa buena sintonía que hay con los trabajadores del centro la constata Hermesinda Rodríguez, la madre de Ramón García, un vecino de El Condado (Laviana) que sufrió hace cuatro años un grave accidente al caerse de una gran altura en una nave industrial en Burgos. Ramón García, que tiene 42 años, quedó inmovil de la parte derecha del cuerpo y sordo de un oído. Y, además, perdió el habla. Cuando sufrió el accidente, le dieron por muerto, incluso un médico certificó su defunción. Pero un camionero que lo vió creyó percibir, casi por intuición, signos de vida, y descubrieron que aún la conservaba.

Su madre lo llevó a especialistas a Madrid y anduvo de un lado para otro sin obtener resultados satisfactorios. Hasta que, hace dos años, llegó a Carbayín. «Hasta que no vino aquí, no empezó a espabilar», dice su madre. «Son especiales para esta gente. Necesitan cariño, que los traten con suavidad y que los comprendan, y es lo que tienen aquí. Es algo fuera de lo normal».