Celles (Siero), Franco TORRE

El palacio de Celles, ubicado en una zona rural situada a unos pocos kilómetros de Pola de Siero, lleva décadas despertando el asombro de los expertos en Historia del Arte. La peculiaridad de que sus cuatro esquinas estén dominadas por torres, unida a la magnífica fachada meridional, contrastan con lo apartado de su ubicación, y reivindican la importancia del edificio, una de las muestras más interesantes, y relevantes, de la arquitectura barroca rural de la región. Pese a todo, este innegable valor histórico-artístico no ha servido para evitar el progresivo deterioro del inmueble, del siglo XVII, ya casi en ruinas. Un desgaste que ha presenciado, día tras día, una de las últimas inquilinas del palacio, Pilar Fernández.

«He vivido aquí toda mi vida, como mis padres y mis abuelos», señala. Su familia lleva residiendo en el palacio, más conocido en Celles con el sobrenombre de «La Torre», desde hace alrededor de dos siglos. Ocho generaciones de su familia han dormido bajo esos techos, ahora hundidos.

«Cuando yo era pequeña, mi padre y mi tío arreglaban el tejado para que no se cayera, pero ahora yo no puedo, y ni siquiera dejo a la gente entrar en esa parte», afirma Pilar Fernández, mientras señala a la crujía oriental, que se hundió en parte hace unos 9 años, y en cuya cubierta se observa un gran agujero. En esta parte del edificio aún se conservan los restos de lo que debió de ser una suntuosa escalera de doble tiro, ahora oculta bajo la maleza. Vigas de madera y fragmentos de piedra se amontonan sobre los escalones, y al final de la escalera, en vez de la esperada galería, está el vacío.

«Yo no llegué a ver el piso alto, se cayó antes de que yo naciera, pero me decían que era muy guapo», apunta Pilar Fernández. De ese cuerpo superior apenas queda un vestigio en el ala norte del edificio, que está ocupado por un matrimonio, los otros inquilinos del palacio.

Esta galería, realizada en madera sencilla, se sustenta sobre cuatro de las doce columnas que originalmente sujetaban el cuerpo superior, aunque por su sencillez, y por cubrir todo el flanco septentrional del patio, se adivina como una especie de remedo realizado tras caer el cuerpo original. En cuanto a las ocho columnas restantes, de orden toscano, ya no sujetan nada, aparte de unos listones que sirven apenas como referencia de hasta donde debía de llegar el desaparecido cuerpo superior.

Precisamente, ese lado norte, sin duda por ser la residencia de esta segunda familia de inquilinos, presenta mejor aspecto que el resto de la fábrica. Las otras dependencias del edificio que se salvan de la ruina son las situadas en el cuerpo meridional, entre la entrada principal al palacio y la torre sudeste, donde reside la propia Pilar Fernández. Frente a su residencia se ubicaba originalmente una cuadra, que se vino abajo hace 15 años. Entre ambas dependencias, perpendicular a la puerta de entrada, aún se aprecia en el suelo el original empedrado, que en el patio central está cubierto completamente por la hierba. «Por aquí discurría originalmente la traída de aguas, y el patio estaba más bajo, con una pendiente, como si hubiera un depósito de agua, un aljibe, o quizá un pozo negro», señala Pilar Fernández.

Ésta es prácticamente la única parte del edificio que visita la mujer. El suelo del piso superior de las crujías ha desaparecido salvo en su propia residencia y en el ala norte, donde residen los otros inquilinos. Las crujías oriental y occidental están completamente vedadas debido al estado del techo, que amenaza con venirse abajo cualquier día.

El deterioro del edificio inquieta sobremanera a la inquilina, que tira de un dicho popular para reflejar su desazón: «Me da más miedo que vergüenza». Entretanto, los propietarios del inmueble se han desentendido de su obligación de conservarlo, y el Principado se ha inhibido pese a la condición de «La Torre» como bien de interés cultural (BIC), una categoría que le fue concedida en 2003.

De hecho, el único apoyo que se ha brindado al edificio viene de la Asociación de Vecinos «San Juan Bautista» de Celles, que lleva años luchando por la rehabilitación del inmueble, y que incluso a logrado implicar a la Procuradora General del Principado de Asturias, María Antonia Fernández Felgueroso, quien desde enero de 2008 ha solicitado a la Consejería de Cultura, en repetidas ocasiones, que inste a los propietarios a intervenir.

La última petición de la Procuradora llevó a la Consejería a dar un plazo de tres meses a los propietarios para que actuasen sobre el edificio. Ese plazo, según fuentes de la Dirección General de Patrimonio Cultural, concluyó el 1 de diciembre. Pese a que la Consejería no ha revelado si los propietarios respondieron al requerimiento o no, Pilar Fernández apunta que, hace ahora doce días, visitó el palacio un técnico de la propia Consejería. Por su parte, según se informó a la Asociación de Vecinos «San Juan Bautista», el expediente de «La Torre» fue debatido en una reunión de la Comisión Permanente del Consejo del Patrimonio Cultural de Asturias, celebrada el último jueves.

La Comisión Permanente está formada por el director general de Patrimonio Cultural, José Luis Vega; la jefa de servicio y dos técnicos del propio organismo. El contenido de la reunión no ha trascendido.