Un martes a primera hora me llama al móvil Esteban, un buen amigo pescador residente en la vetusta capital y oriundo de Coaña, para decirme que les gustó mucho el artículo de esa semana («Solidaridad naloniana»), en el que critico la gestión que se hace con las sueltas de agua procedentes de los embalses del Nalón y del Narcea. En Navia no tienen queja al respecto, ya que las sueltas al estilo «tsunami» del último embalse, cuando coinciden con mareas altas y riada, generan unas inundaciones tremendas en la villa de Campoamor.

También me recuerda Esteban el tema de las minas de oro de Salave y la bomba de cianuro que tenemos en Boinás, nuevo nexo de unión de esta zona con las tierras occidentales. Yo escribo sobre el bajo Nalón, pero no soy ajeno al resto de la región, pero en esta ocasión compartimos dolores y sufrimientos con los compañeros occidentales, ya que las aguas del Navia y del Nalón, pagan a día de hoy el progreso pretérito, pero se resisten a bajar la cara y resignarse.