Pola de Siero, Ana Paz PAREDES

«Chicote era el cocinero del "Siempre Volver", un cocinero muy limitado. Siempre había sido marinero o contramaestre, lo suyo era la cubierta. Se había pasado a la cocina dos años atrás, cuando se dio cuenta de que ya apenas podía con el duro trabajo de la cubierta a su edad. En la cocina se podía permitir el lujo de ponerse a pelar patatas cuando le empezaban a doler los pies, y era un trabajo más llevadero».

Este protagonista de una de las narraciones que contiene el libro «Cuentos de mi pobre gente» podría identificarse un poco con el autor del mismo: Venancio Martínez. «Chicote» y Venancio son, al tiempo, una misma y dos personas diferentes. Ambos son cocineros en un barco; sin embargo, este poleso nacido en Valdesoto nunca quiso cambiar las ollas por el trabajo en cubierta y, durante ocho años, recorrió los mares de medio mundo metido en su cocina, en diferentes buques, preparando «lentejas, cocidos, guisos y, sobre todo, platos que nos recordaban a casa», dice.

A los 17 años se embarcó por primera vez en cementeros de Gijón, donde era «el niño del barco. Un mozo de cubierta encargado de limpiar, picar, pintar y un poco de todo». De su primer embarque recuerda, con cierta ternura, el nombre de casi todos sus compañeros y los recita haciendo memoria y poniendo la mirada perdida, la necesaria para buscar a fondo entre los recuerdos.

Años posteriores fueron los que le llevaron y trajeron de Sudamérica a Asturias, y a la inversa, buscando y ejerciendo todo tipo de oficios, de los que nunca renegó. Colombia, Chile y Argentina fueron algunos de sus destinos. Vendedor de charcutería, operario en una ferretería y también en una fábrica de muebles fueron, entre otros, algunos de sus trabajos, sin olvidar la agencia de publicidad que, durante cinco años, dirigió en Madrid. Tras pasar una dura enfermedad, volvió a la casa familiar, donde, por primera vez, y mientras se recuperaba, leía y escribía con fluidez y con ganas, sobre todo, a los autores rusos; «pero lo quemé todo cuando, tras leerlo, me di cuenta de que no valía nada».

Inevitable fue que, tras recobrar la salud, se fuera otra vez buscando su destino, en este caso a Cataluña, donde aprendió el duro oficio de la cocina en un restaurante local. Fue una mujer quien, recogiendo naranjas en Castellón, determinó los siguientes años de su vida «cuando me dijo: si llevas media vida navegando por tierra, ¿por qué no te embarcas?».

Tras hacer los cursos obligatorios, buscó trabajo en navieras y se estrenó como cocinero de buque a la pesca del pez espada, en el Índico. «Lo pasé muy mal, me mareé, todo se me caía en la cocina, yo mismo me caí tres veces..., en fin, que al desembarcar me dije "no vuelvo más", pero no fue cierto». En años posteriores trabajó ejerciendo este mismo oficio en barcos mercantes, en ferries y también en barcos frigoríficos que llevaban pescado a puertos de África. Estuvo en aguas del Gran Sol: «Lo más duro, con aquellas grandes olas un día sí y otro también». Y también en el Pacífico, a la pesca del atún. Nunca tuvo miedo al mar, pero sí respeto. «Estaba, si acaso, más bien incómodo». Lo mejor del día, «cuando subía a cubierta a echar un pito, y entonces sí que miraba el mar, lo veía bien».

El año pasado regresó a La Pola y, en la casa familiar, retomó la afición a la lectura y a escribir, a escribir mucho. Esta vez sólo rompió los primeros folios. Luego continuó. Él, que se define como un hombre tranquilo, se puso a navegar entonces en otro mar diferente: el de las letras. Fruto de esa navegación personal por la vida propia, la ajena, la recreada y la inventada, nació «Cuentos de mi pobre gente», dedicada, como dice en su contraportada, «a ese tipo de pobre gente que no es toda la gente pobre, sino la suya particular, la que le cae bien, la que sabe perder sin darse importancia, la que nada envidia y carece de vanidad».

No todo es lo que parece, ni tampoco lo pretende. Sus cinco historias son para disfrutarlas, como cuando él mismo lee. Son historias de la vida misma y, tal vez en algún renglón, retazos de la suya propia. Mientras enciende un cigarrillo «Coburn» -donde un jefe de la tribu Apsaroke figura sobre el lema de lo perjudicial que resulta para la salud el tabaco- Venancio Martínez abre por la mitad su libreta de inscripción naval y muestra, uno a uno, los países que visitó como cocinero.

Tantos países, tantas gentes, tantos lugares le han servido para comprobar, como dice con rotunda tranquilidad, que «las personas, en el fondo, son muy parecidas en todas partes».

Luego da una bocanada profunda al cigarrillo y, tras exhalar el humo, afirma: «En esta vida de marino no conoces nada, vas a trabajar y sólo ves mar, mar y más mar. Sin embargo, si me volvieran a llamar de un barco, volvería. Sin duda, volvería».