Villaviciosa,

Mariola MENÉNDEZ

El artista villaviciosino Guillermo Simón Sánchez, además de dejar huérfanos a sus ocho hijos hace ya tres décadas, también dejó un poco huérfano al arte de la región. El 25 de julio de 1981, hace 30 años, fallecía, en plena madurez artística, el denominado «pintor de lo asturiano» por los críticos y periodistas del momento. Fue vocacional, autodidacta y prolífico a la hora de recoger los múltiples y ricos matices del paisaje del Principado. Él mismo acostumbraba a decir, según recogen las crónicas de la época, que fue la naturaleza la que le enseñó todo lo que sabía, su única maestra. Se guió de su intuición y se dejó asesorar por algunos libros.

Su hijo Fernando Simón apunta que su padre «inició su carrera artística a los 14 años, después de conseguir el primer premio escolar regional con un dibujo de un cuadro llamado "Esfoyaza"». La reproducción en óleo de esta obra le hizo merecedor del galardón de otro certamen regional. En 1960, sus pinturas volvían a ser distinguidas y llegaba al Centro Asturiano de Madrid.

Fueron múltiples los premios, reconocimientos y elogios que cosechó en su trayectoria. Fernando Simón resalta que parte de su triunfo se debió a su esposa, Maruja Rodríguez. Ella, además de encargarse de la prole, llevaba las riendas de la agencia funeraria que regentaba la familia y por la que no sentía demasiada predilección el artista, más aficionado a sus lienzos. Su hijo recuerda que solía decir que se movía entre la vida, que era la pintura, y la muerte, su empresa mortuoria. También tuvo un comercio de molduras y materiales artísticos en Villaviciosa.

Una de las mayores obsesiones de Simón fue lograr captar la luz tan peculiar de Asturias, debido a las infinitas variaciones que sufre a lo largo del día por culpa de su meteorología, otorgándole una gran riqueza cromática al paisaje que tanto apasionaba al pintor. De su Villaviciosa natal tenía predilección por la ría, pero su hijo Fernando Simón agrega que «pateó como nadie desde el mar a la montaña de la región, acompañado siempre del fino olfato nato del artista».

Quienes le conocieron también destacan su «extraordinaria calidad humana» y estaba preocupado siempre por mantener el contacto con la calle. Éste fue el motivo que le llevó a arriesgar y plantarse con su obra, rompiendo esquemas, en la plaza de la Escandalera de Oviedo en 1961, hecho que recogía LA NUEVA ESPAÑA el pasado 11 de junio en su apartado de «Hemeroteca». De él se destacaba su apariencia bohemia y su iniciativa tuvo un gran éxito y repercusión.

El artista sí pudo ser profeta en su tierra, ya que en mayo de 2007 Villaviciosa nombraba una de sus avenidas «Pintor Guillermo Simón». El reconocimiento se completaba con un busto en su honor en la plaza de Obdulio Fernández, a los pies del emblemático teatro Riera de la localidad. La escultura fue trasladada al parque de la Ballina por el anterior alcalde, Manuel Busto, sin demasiada conformidad por parte de la familia.

La de Simón era una pintura sencilla y espontánea, que se inspiraba en la belleza que el paisaje asturiano le regalaba y con la que preñaba sus pinceles y lienzos. Aseguraba que su arte era la mejor forma de amar y conocer su tierra, porque su cometido no era otro que el de representar su realidad. Su mayor pasión era cogerse su equipo y salir a pintar, afición que han heredado tres de sus nietos: Guillermo y Noé Simón y Alejandro Rodríguez Simón.