Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Más de cuatrocientas estrellas brillan en el cielo gracias a la fibra óptica, los carpinteros, herreros y pescadores trabajan sin parar gracias a la domótica y el arcángel Gabriel se aparece durante la noche gracias a los efectos especiales. Parece tecnología, pero en realidad es magia. La que hacen un grupo de candasinos que cada año, desde hace dos décadas, mejoran el nacimiento que se aloja en el camarín del Cristo, en la iglesia de San Félix de Candás.

Este año, la principal novedad visible es un reloj de madera. «Se mueve gracias al movimiento de una noria, que a su vez gira por el agua, y que gracias a sus sesenta dientes da la hora», explica uno de los principales genios del belén, Jesús Villalón. El reloj está hecho a mano, como casi todo en el nacimiento, al que año a año se van añadiendo nuevos elementos.

El año pasado, sin ir más lejos, se incorporó un pozo de los deseos, que esta Navidad, gracias a un cartel, es más visible. «Si le echas una moneda suenan las campanas», explica Villalón sobre su funcionamiento. Todo ello ha sido configurado por estos artesanos que emplean casi dos meses en «montar el Belén».

Excepto las figuras, que son medio millar con más de medio siglo de antigüedad, el resto del nacimiento está hecho con espuma aislante, lo que lo diferencia de muchos otros. En su escena, las figuras interactúan con el escenario mediante su movimiento. A medida que pasan los minutos, en un ciclo cercano al cuarto de hora, se hace la luz, mientras los efectos sonoros acompañan el transcurrir del día. Cuando cae la noche sólo hay iluminación en el portal, donde se hallan la Virgen, José, y el Niño. Detrás de ellos, en la penumbra, resplandece de forma milagrosa la silueta del arcángel Gabriel, gracias a la aplicación de efectos visuales.

No es el único efecto mágico del belén candasín, ya que gracias a la combinación de elementos electrónicos, informáticos e incluso domóticos se reproducen tormentas con truenos y relámpagos, y desde el año pasado, nieve. Estos procesos son controlados por un autómata que maneja módulos electrónicos diseñados en exclusiva para desarrollar cada tarea y que han sido programados por sus autores: Genaro Suárez, Fernando Álvarez, Mauro Izquierdo, Ángel Martínez, Andrés Riesgo y el propio Villalón.

Es una labor ardua. «Montar la estructura ya nos lleva tres o cuatro días, pero el belén en sí más de un mes, empleando dos o tres horas diarias», asegura Villalón. Pero también obtienen una recompensa. «La gente alucina, lo percibimos. Venimos todos los días a controlar que todo funcione y vemos a los críos asustarse con las tormentas y quedarse ensimismados mirando al arcángel. No se lo explican», asegura.

Y de ahí la magia. Bajo el suelo que pisan los protagonistas de la Natividad hay cables, ordenadores y hasta un depósito de agua. Pero nada de eso hace que lo que hay encima resulte tan especial.