Historiador, ganador del premio de ensayo «Emilio Trabanco Trabanco»

Noreña, Franco TORRE

El estudio «Noreña y la sidra. Apuntes sobre la hestoria sidrera d'un conceyu asturianu», del historiador noreñense Antonio Martínez, ha sido galardonado con el III Premio de ensayo «Emilio Trabanco Trabanco». Martínez explica en esta entrevista todas las características de la vinculación de la Villa Condal con la bebida regional.

-Usted documenta numerosos lagares en la localidad, principalmente a principios del siglo XX. ¿Cómo se produce la desaparición de esta industria sidrera?

-La propia dinámica del sector en Asturias también se vivió en Noreña. A finales del siglo XIX y principios del XX se vivió un buen momento para la industria y había muchos lagares, en Noreña llegó a haber catorce funcionando a la vez. Pero durante el franquismo el sector pasó por una crisis y la mayor parte de los lagares de Noreña no la superó.

-¿Qué factores explican esa crisis?

-Son muy diversos, la gente del campo se pasó a la ganadería, surgen nuevos tipos de establecimientos, nuevas bebidas... El caso es que hubo un descenso progresivo de lagares. En Noreña el último cerró en 1995. Era el de Ramón Alonso Cabeza, en la avenida de Oviedo.

-¿Qué producción llegó a tener Noreña?

-En la década de 1910, un momento de auge, cada llagar producía una media de 10.000 litros, que creo que era bastante. Pero era una industria de gran tradición, incluso tenemos noticias de un lagar, el Pipano, que funcionaba ya en 1750.

-¿Cuáles eran los más importantes?

-Había varios de gran tradición. El propio lagar Pipano, por ejemplo. Otro muy conocido era el lagar de la Santera, en la calle de la Iglesia, y el de María Río «La Xarra» y Pepe «El Jarro», un lagar que cogió la Sociedad Noreñense de Festejos en los ochenta del pasado siglo para hacer espichas. Y el lagar de la Güertona, que sale en el relato «La pata de la raposa», de Pérez de Ayala.

-¿Estos lagares comercializaban la sidra directamente?

-Ése es un tema en el que hay que ahondar más, pero a finales del siglo XIX y principios del XX, con una decena de lagares funcionando, de las ocho o nueve tabernas que hay en Noreña, nada menos que seis son de lagareros, lo que denota un claro vínculo entre productores y taberneros.

-El historiador Jorge Uría habla sobre la función de control social de las tabernas. ¿Aprecia también eso en los lagares?

-Trato más otra función que también menciona Uría, la del ocio. De hecho, tabernas y lagares eran partes muy importantes para el ocio de las clases populares. Dicho esto, en Noreña hay ciertas especificidades. En las zonas mineras, los chigres eran frecuentados por obreros y mineros, pero Noreña tenía una estructura económica particular, aunque sí que se aprecia una vinculación importante entre el gremio de los zapateros y los sidreros. En todo caso, eso también influye en que hubiera menos conflictividad. Aunque también sufrieron las críticas de la Iglesia contra el alcoholismo, como en un boletín de «La Cruz» de 1920. De hecho, la propia construcción del quiosco de la música y la creación de la banda están vinculadas a esto.

-¿Cómo es eso?

-Había que dar una alternativa de ocio para que la gente no fuese a los chigres los domingos. De hecho, la ley de 1904 que marcaba el cierre dominical también iba en esta línea, y marcó un cambio esencial en la época, se dieron de baja muchas tabernas, obligadas a cerrar los domingos, y, acto seguido, se dieron de alta como cafés, para los que no había tanto rigor por parte de la ley. Esto influyó en que al principio hubiese más lagares que tabernas, hasta que en 1925 cambia la tendencia.