Ultimamente me pregunto demasiado a menudo por qué hablamos tanto del tiempo que no importa, el atmosférico, y tan poco del que sí, el que pasa inexorable (tenía que poner esta palabra, sólo para eso he elegido el tema de hoy). En realidad, no debería importarnos que lloviera o nevara más o menos, salvo a los transportistas, a los que llevan estaciones de esquí o a los chigreros que temen por sus terrazas. Para la mayoría, la diferencia entre un día y otro, al menos en invierno y por semana (en verano tenemos la playa, la fiesta de prau y demás acontecimientos que el temporal puede echar al traste), está en llevar o no paraguas, en abrigarse más o menos. Pensándolo bien, del otro tiempo también se habla bastante: parece que fue ayer, hoy tamos aquí, mañana... Quizá lo que tendríamos que plantearnos es por qué dedicamos tanta energía a hablar sobre aquello que no podemos cambiar. Ni el paso del tiempo ni el clima están en nuestras manos. De lo otro, de aquello que podemos arreglar, apenas hablamos. País.