Grado,

Lorena VALDÉS

Un hombre mayor cansado de que la relación con su esposa se haya convertido prácticamente en fraternal, desde que esta decidió, una década atrás, cambiar la alcoba matrimonial y poner dos camas separadas, decide escribirle una carta para confesarle que quiere volver a pasar las noches junto a ella y así satisfacer sus deseos que, en plena madurez, siguen muy vivos. Este es el argumento de la carta ganadora del VII Concurso internacional de cartas de amor convocado por la asociación cultural «Valentín Andrés» de Grado. Su autora, Trini Pestaña Yáñez, de Jaén, defiende en «Camas separadas» que «hay que alimentar el amor de la mañana a la noche, sin límite de edad». Y es que, como escribió Honoré Balzac: «Es la cama todo el matrimonio».

Te quiero, pero en mi cama. Este es el mensaje que el protagonista de la carta de Pestaña quieren enviarle a su mujer, Laura. «No se atreve a hacerlo en persona por temor a su reacción, a que le abandone, y decide comunicarle por escrito que no soporta que le trate como a un hermano y que le haya relegado a un segundo plano desde que esas dos camitas llegaron a su habitación. Él quiere algo más que su cariño fraternal y está dispuesto a luchar por poner fin al distanciamiento nocturno impuesto por su mujer», relata la escritora.

La autora, de 57 años y casada desde hace más de tres décadas, coincide con su protagonista en que «la moda de las camas separadas no favore la buena marcha de la pareja. A estas edades en las que ya se da todo por hecho, un te quiero dicho a tiempo soluciona muchos problemas y, sobre todo, siempre es bienvenido por quien lo escucha. En la madurez, hay que seguir alimentando la llama del amor y, por supuesto, la pasión y la comunicación no pueden faltar», aconseja la andaluza.

Trini Pestaña es toda una experta en cuestiones del corazón. No lo dice ella, sino la estadística. De los siete premios que ha conseguido en su trayectoria como escritora, cuatro han sido con cartas de amor, dos de ellos, además, en certámenes asturianos, uno en Moreda de Aller, en 2008, y, el último, en Grado. «La noticia de este premio la recibí hace unos días en el campo mientras recogía aceitunas y estuve pataleando de alegría un buen rato, la alegría fue inmensa, parecía que era la primera vez que me premiaban», explica la autora.

La ganadora ya tiene destino para los 150 euros que recibirá como premio a una obra elegida entre una treintena de misivas. «Me daré un capricho y los emplearé en participar en unas jornadas literarias y culturales a las que asistiré próximamente en Almagro (Ciudad Real). Aunque soy auxiliar de enfermería siempre me ha encantado leer y escribir y participo en todos los clubes de lectura que tengo oportunidad», añade.

Romántica empedernida, la autora de «Camas separadas» celebró el martes San Valentín junto a su esposo, sus tres hijos y su nieta. «A veces echo en falta que mi marido me escriba unas palabrillas de amor, aunque sea una nota. Eso sí, espero que nunca me llegué una carta como la que va destinada a Laura», bromea la autora.

Para curarse en salud, Pestaña descarta prescindir de su cama matrimonial. «En Andalucía, hay mucha costumbre, llegada una edad, de separar las camas del matrimonio, poniendo como excusa la higiene o la comodidad, pero yo creo que las parejas que lo hacen cometen sinceramente un error. ¡si ahora hay camas de todas las medidas!», argumenta Pestaña.

Para la escritora andaluza, compartir cama en la alcoba es sinónimo de matrimonio feliz. Y es que, ¿qué aliciente tendría una pelea si hay que reconciliarse con una mesita de por medio?

Extracto de la carta con la que Trini Pestaña ha ganado el Concurso internacional de cartas de amor de Grado.

Querida Laura:

Te escribo para decirte que estoy cansado de ser tu hermano. Tú dirás que me podía haber ahorrado el esfuerzo y comunicártelo, por ejemplo, en la sobremesa. Tardes interminables donde uno frente al otro, y los dos frente al televisor, nos aburrimos a la espera de que el reloj señale la hora de la cena. Ése sería el momento adecuado para reprocharte la verdad que me atormenta, para debatir sobre la relación que nos une, ¿desde hace cuánto tiempo, Laura? Permíteme que te refresque la memoria: diez años. Una pequeña vida manteniendo y consintiendo una relación fraternal que ni me llena, ni me satisface. Es más, la encuentro antinatural. Vínculo odioso al que me resisto a darle cabida.

Pensarás que lo que me sucede es una nueva pataleta de niño mimado, otra más de las muchas rabietas que me acucian en esta etapa infantil en la que, según es opinión generalizada, está instalado un hombre de mi edad y que tú soportas con estoicidad de mártir. Pero yo no quiero ser tu muñeco, ni tu hermano. Yo necesito ser algo más. Yo te deseo, Laura. Has leído bien. Te deseo. Ya está dicho.

Te deseo al amanecer, cuando, muy de mañana me despierto y te veo durmiendo a mi lado, separados tan sólo por la mesita de noche, tan cerca que si me atreviera a estirar el brazo, te podría tocar, sentir la suavidad de tu piel, transmitirte el fuego que late en mí. ¿Sería incesto mi proceder, Laura? ¿Acaso sería mi actitud la de un degenerado sin escrúpulos?

Dime, Laura, ¿cómo lo haces? ¿Cómo haces para verme como al hermano en que me has convertido? Quiero saberlo. Quiero aprender a no sentir hambre de ti. A verte como a la hermana que nunca me dieron mis padres. Si consintieras en enseñarme, si yo consiguiera asimilar tus enseñanzas, evitaría la zozobra, el revoloteo de mariposas que me cosquillea por dentro, consiguiendo al fin la paz que necesito, el sosiego donde tú ya estás apoltronada.

Y, puesto que ya estás de vuelta de todo, dime, Laura: ¿Quién mide la vejez? ¿La sociedad? ¿El calendario? ¿Las imposiciones culturales que niegan a los mayores la capacidad de sentir, de desear, de amar y ser amado? ¿Por qué es causa de mofa la sexualidad en los viejos?

Por todo lo expuesto, querida esposa mía, porque creo que a mis 70 años no tengo que pedir perdón ni por sentir ni por seguir estando vivo, desde estas palabras proclamo al mundo que te deseo lo mismo que el día en que te conocí.