Comienzan a reunirse a eso de las once, al tímido sol de primavera, para hablar de lo divino y de lo humano. Ellos han vivido ya una guerra y oyeron hablar de las muchas querellas que propician las soberbias y la falta de tolerancia de los seres humanos. No quieren más luchas, ni odios ni venganzas; desean la Paz y el bienestar entre las gentes. Son los patriarcas y matriarcas. Los fieles guardianes del pasado, la palabra precisa y preciosa, prudente y honesta que tiene tanta honradez como una escritura firmada ante notario. Los ojos en el horizonte, recordando el azul de la infancia y el corazón envuelto por la melancolía, ven cómo pasan y pesan las horas en el crepúsculo vespertino de sus vidas. Todo cuanto hagamos por ellos será poco: «Hijo eres, padre serás»: diálogo, ternura, complicidad, sensatez y luces porque cuando un anciano desaparece es como si ardiera una valiosa y sabia biblioteca. Cuidamos en Teverga a Celerina, Genaro y a otros ancianos. Sin embargo, ya ven, en Haití niños y ancianos se nos mueren de hambre.