La edad me hace decantarme por el equinoccio otoñal, el de la melancolía y el reposo, frente a la explosión primaveral, sinónimo de alegría y juventud. Por el bajo Nalón, como por casi todo el mundo, la primavera es una descarga de vida y un torrente de buenos deseos estivales, frente a la moderación y la resignación invernal que empapa al otoño. No es tan cromática la primavera por estas tierras, sobre todo la recién estrenada, y es, por el contrario, mucho más vistosa y elegante la primera irrupción otoñal, cargada de marrones impensables. Las vegas lucen con los primeros brotes del futuro kiwi y la media montaña praviana o sotobarquense brilla con verdes luminosos, acompañadas por la pradería de la rasa murense. Con tanto ajuste, recorte y devolución creo que desde los consistorios del bajo Nalón no se han dado cuenta de que ya no es invierno.