Rañeces (Grado),

Lorena VALDÉS

El moscón Luis Miguel Fernández se encontró una imagen desoladora el pasado jueves por la mañana cuando abrió la ventana de su casa de Rañeces, en Grado: la finca estaba sembrada de los cadáveres de sus ovejas. El lobo mató, según el ganadero, a un total de diez animales, seis ovejas adultas, un carnero y tres corderos, que dormían a escasos metros de la vivienda, a su vez ubicada a 5 kilómetros de la villa. Al ataque sólo sobrevivieron una cordera, herida en el cuello, y un cordero, que logró escapar y apareció horas después sano y salvo. «¡Ese fue el más listo!», exclama el vecino.

Lo ocurrido ha llevado a la desesperación y al abatimiento al dueño del ganado, que hace dos años ya perdió a dos ovejas fruto de otra agresión de los cánidos, y ha causado, asimismo, una enorme preocupación entre los vecinos de la zona, que temen que los lobos vuelvan a repetir su incursión en los próximos días y haya que lamentar nuevas pérdidas en los rebaños.

«Me estaba preparando para ir a trabajar y cuando abrí la ventana del baño vi todos los animales desangrados en el prao», explica el moscón, indignado, «porque el Principado no considera que esta sea una zona de lobos y, por lo tanto, es imposible cobrar las indemnizaciones, tal y como nos dijeron los propios guardas. ¡Esto es una vergüenza. Hace dos años no recibí ninguna compensación económica y, si ahora vuelve a pasar lo mismo, pues me plantearé abandonar la actividad porque no compensa tanto esfuerzo», añade el ganadero.

El pueblo de Rañeces se encuentra a unos 300 metros de altitud y, según Fernández, el Principado alega que no tiene «constancia de que en la zona habiten cánidos». «Los lobos no están atados», defiende Fernández, quien recibió el mismo jueves la visita de los guardas de la Consejería de Agroganadería y Recursos Autóctonos para evaluar los daños y confirmar si son de lobo.

«En lugar de poner tantas pegas en los informes, se debería mirar por crear o, al menos, mantener el poco empleo que existe en la zona rural. En los pueblos, de toda la vida, se come del ganado», argumenta el moscón.

En la mañana de ayer los animales muertos de Luis Miguel Fernández se encontraban apilados en la cuadra cercana a su casa a la espera de que un camión viniese a buscarlos para su posterior tratamiento. «Había doce ovejas y ahora sólo quedan dos; la cordera a ver si se salva», lamenta José Antonio Fernández, padre de Luis Miguel, también muy afectado por la llegada del lobo hasta la puerta de su casa.