Me crucé el otro día con un señor que salía del estanco y le vi quitarle el plástico a la cajetilla de tabaco y tirarlo al suelo. Me indigné muchísimo, y algo más tarde lamenté no haber tenido algo más de carácter para decirle algo. El caso es que esa anécdota me hizo pensar, y llegué a una conclusión que me gustó: si me parece tan mal un gesto que es tan poca cosa, eso significa que estoy relativamente poco acostumbrado a ver comportamientos de este tipo. Después lo comentaba con amigos más viajados que yo y casi todos terminaban por confirmarme algo de lo que estaba bastante convencido: que, dentro de lo que cabe, y aunque todo es mejorable, en mi pueblo somos bastante limpios. Sólo nos falta superar lo de las cacas de perro, el vandalismo de algunos fines de semana y los restos de chuches de algunos preadolescentes y habremos cruzado el umbral de los lugares elegantes. Bueno, también hay que arreglar casas en ruinas, llenar solares vacíos, pintar fachadas, controlar alturas, ser menos voceras...