El año pasado por estas mismas fiestas, con motivo de la feria de la conserva candasina recién finalizada, hacíamos un informe selectivo recordando en este diario las muy importantes industrias desaparecidas. Cuántos recuerdos tristes originados por las tragedias en la tarea de la pesca, alternando con sus felices capturas del bonito, besugo, sardinas de la Igüera, etcétera, y sus derivadas manufacturas.

El jueves 5 de mayo de 1910, en Candás, el célebre tribuno gijonés Melquíades Álvarez González-Posada, entre otras cosas, dijo: «De aquí de Candás fueron mis abuelos. Uno de mis antepasados pereció sacando el sustento de ese mar proceloso que contempláis desde vuestras casas, y adonde acudís diariamente para arrancarle el pan de los vuestros. Todas mis energías las heredé de alguno de aquellos marinos que con vuestros ascendentes recorrieron el Cantábrico bravío y con él lucharon disputándole sus riquezas. («Delirantes aplausos»), aseguraba al día siguiente el corresponsal de «El Noroeste».

Estuvo Candás tan impregnado por el ambiente fabril y pescador, de salitre y de salmuera, que nada más natural que los de la ingeniosa e inolvidable Peña del Portal, con su himno de moda en la primera mitad de la década de los años treinta. Entre sus estrofas se canta: «El Portal una peña fenomenal / de la villa candasina / allí se reúne la crema del personal / de fábricas y oficinas / que de las mocitas dicen ¡vaya calor! / que huelen mucho a pescado, uno las quiere en tomate, otros al natural / Candasinas si queréis un chico bien / en el portal de la esquina se reúnen más de cien».

El injustamente olvidado poeta gijonés, amigo de Casona y de Juan Antonio Cabezas, asiduo a esta peña, dejó escrito: «Candás limita al Norte con un traje de mahón que huele a salitre y a galerna. Al Sur, con una botella de sidra vigorosa. Al Oeste, con la euforia, y al Este, con una rueda de bonito; nadie fríe mejor el bonito que una mano de mujer candasina en las fábricas de conservas».

Si bien los delfines (los «toliñes») fueron muy celebrados cuando aparecieron por nuestra costa, porque colaboraban, facilitaban la pesca, («toliñadas» fructíferas). No así si las acompañaban calderones, que son agresivos hasta destrozar las redes de los pescadores. Y, en estas, más allá de 60 años, a los de la motora del buen y preciado patrón «Claudio Viesca», que reunía una compaña casi de párvulos, les cantaban: «Garremos de ronchel, ya bien el calderón, aguantar rapacinos que no arranca el motor».

No estaría de más recordar a otros muchos fabricantes, más de 50, que tuvieron su digna contribución alternativa, aunque algunos pocos de ellos no siguieran más allá de tres años en tal cometido, produciendo todos ellos una suma muy considerable para las estadísticas.

De los más populares de éstos merece mención especial Ramón «el de Medero», al que el cantaban: «Soy hermano de Robustianín, también de Sin / Yo soy Ramón, la Pregona trabaja sin fin / sardina salmonada y bocartín / La sardina vale bien, el bocarte vale mejor / que lo exportará Ramón para Cuba y para el Perú y Nueva York».