Villaviciosa,

Mariola MENÉNDEZ

En Villaviciosa aún se sigue dando el cante en el chigre, aunque la costumbre de entonar unos cánticos tradicionales se ha ido perdiendo, al igual que en el resto de Asturias. El maliayés Maximino Villarrica, uno de los catadores de sidra más significativos de la región, es un gran conocedor del ambiente de antaño y de hoy en las sidrerías.

«Es muy raro que oigas cantar. En la Villa ya no escuchas a nadie y si lo ves piensas: "esti tá chifláu o borrachu". Creo que ni se echa en falta?», apunta Villarrica, aunque reconoce que en las mañanas del miércoles de mercado era muy habitual reunirse en las sidrerías y echar unos cánticos. «Se fue perdiendo. Tampoco hoy hay pandillas como las de antes y los jóvenes no cantan». Añade que algunos de los lugares más emblemáticos eran El Congreso, el Furacu o La Ballera.

Esta última sidrería es casi un reducto de aquellos tiempos. Agustín Rodríguez, «Guti», de La Ballera, apunta que «alguna vez se sigue cantando, principalmente la gente mayor». La pérdida de esta costumbre la achaca a que «se alterna menos y antes se juntaba la gente de la aldea», la mayoría de las veces los miércoles de mercado, que era el día de encuentro. Agustín Rodríguez, «Guti», lleva 19 años detrás de la barra y ha visto cómo ha evolucionado el ambiente en el bar.

Y eso que los fines de semana Arturo Alonso, «Turu», el gaitero de La Ballera, se encarga de animar la sidrería. Pertrechado con su traje y su gaita, se sube encima de la barra para dar ejemplo y dejar su impronta asturiana entre culete y culete. Tan populares son sus actuaciones que su fama ha llegado a internet, donde son numerosos los vídeos y fotos que atestiguan estas folixas, en las que los clientes sí se animan a entonar la garganta y acompañarle. Tampoco es extraño encontrar al gaitero de La Ballera tocando un domingo en el campo del Sporting de Gijón, El Molinón.

Víctor Manuel Iglesias es vecino de Villaviciosa y recuerda que, cuando era un crío y quería localizar a su padre para que le diera algo de dinero, sólo tenía que escuchar en qué bar estaban cantando para identificar la voz de su progenitor. «Muchas costumbres van cambiando y se echa en falta ese ambiente».

Otro maliayés, Ovidio Vecino, lamenta que incluso «hubo dueños que prohibieron cantar diciendo que molestábamos a la gente». Vecino forma parte del coro parroquial de Villaviciosa y explica que hace unos veinte años, cuando actuaban, después de la misa iban a los bares a echar unos cánticos. Apunta que los clientes estaban encantados y pedían más. El problema, asegura, es que «no hay relevo generacional». «Se echa en falta porque prestaba entrar en un sitio y escuchar a gente cantando tonada. Anima mucho y son tradiciones que no deberíamos perder nunca». También hay quien opina que están bien estos cancios de chigre si se sabe cantar, porque si no es preferible que el personal no se anime a entonar. Mejor que ni lo intente.