Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

Una factura de 40.000 pesetas. Fue lo que recibió el sierense Constantino Rozada Castro, ya fallecido, por moldear esa figura de hierro que lanza un balón en escorzo y que acredita a la selección campeona del mundo de balonmano. El asturiano Alberto Entrerríos fue el último que comprobó qué se siente cuando se alza al cielo, en señal de triunfo, el trofeo de fabricación regional, que llegó a manos de la Federación Internacional de Balonmano de una manera que los familiares del escultor, residentes en Candás, no son capaces de explicar.

«Sabíamos de la existencia de esa obra, de la que era autor mi padre, pero nunca reparamos en que se tratase del trofeo del Mundial de balonmano hasta que España lo ganó en 2005», reconoce el hijo del escultor sierense, Pablo Hugo Rozada Vena. «Fue una sorpresa, pero en realidad nunca llegamos a saber, ni sabemos, cómo esa obra llegó a convertirse en el emblema de los campeones del mundo de balonmano», apostilla.

Ya con el segundo título mundial de la selección española, conseguido el pasado mes de enero, y con la gira que el trofeo realizó por Asturias, los Rozada desempolvaron los papeles de Constantino en busca de una conexión con la escultura. «Fue un encargo que realizó a mi padre la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes en 1975, como demuestra una carta que le envió entonces el director de Deportes», relata Pablo Rozada. En ella se le encarga la realización de la obra para ser expuesta en la V Bienal Internacional del Deporte en las Bellas Artes, que se iba a celebrar en Barcelona.

«Además, le informaron de que adquirían otra obra de ambiente deportivo realizada por él, de nombre "Parada", y que representa a un portero atrapando un balón», explica la nuera de Tino Rozada, María Teresa Rodríguez González. No era casual, ya que Rozada era un gran aficionado al deporte, «uno de sus temas preferidos, porque en él se combinan el esfuerzo, la entrega, el valor y la deportividad, valores todos ellos que consideraba especialmente valiosos y que transmitió a todos sus hijos», añade Rodríguez González.

Aquella primera obra, «Parada», le valió a Rozada un cheque de 80.000 pesetas, mientras que la que acabaría convirtiéndose en el trofeo del Mundial de balonmano, de nombre «Llegada a meta», le reportó 40.000 pesetas. Eso sí, a día de hoy aún desconocen cómo esa «Llegada a meta» que adornó la exposición de la Bienal Internacional del Deporte de 1975 llegó a convertirse en el emblema del mejor equipo de balonmano del mundo. Algo a lo que Tino Rozada hubiera restado importancia, debido a la modestia que mostró toda su vida.

«Había realizado una obra para las minas de Hunosa que se le regaló al Rey don Juan Carlos cuando las visitó en 1976», recuerda Pablo Rozada. Suyo es también el «Monumento al Carmín» situado en Pola de Siero. Expuso sus trabajos por todo el país, desde Bilbao a Madrid, pasando por Palma de Mallorca y la mencionada Bienal de Barcelona, en la que participó en otras dos ocasiones más. Ninguno de ellos, sin embargo, llegó tan alto como el que alzó Entrerríos.