Cuenta Pedro Morán que nació para ser cocinero, que ama su profesión y que no concibe su vida sin los fogones. Razón no le falta. El famoso hostelero de la parroquia carreñense de Prendes vino al mundo un 26 de abril de 1953 en lo que hoy es la mesa número 11 de su restaurante Casa Gerardo.

Desde pequeño ya apuntaba maneras como chef. Con tan sólo 10 años, asegura Morán, hacía paellas para su hermano y él mismo. Pero, claro, el talento ya le venía de familia. Su abuelo, Gerardo, y su madre, Ángeles, le transmitieron siempre un sentimiento especial por la gastronomía que Morán pronto hizo suyo. Hasta el punto de que ya a los 15 años comenzó a trabajar en el restaurante de su familia. Eso sí, por aquel entonces sólo era el joven que se encargaba de las facturas y, de vez en cuando, de atender a los clientes en la barra. «En el verano, me acuerdo de ir a la playa en bicicleta por la mañana, pero a las dos de la tarde ya estaba en el bar», recuerda, para echar una mano a su madre, a la que considera la mejor cocinera del mundo. Y, ojo, no lo dice sólo «porque sea mi madre. Con 87 años hace unos platos para chuparse los dedos. Siempre tuvo un don especial y a cada receta le transmite amor», comenta.

Aunque su pasión por la hostelería siempre estuvo presente en su vida, lo cierto es que Morán, antes de convertirse en uno de los cocineros más reconocidos de España, anduvo por otros derroteros. Ingresó en la Universidad de Oviedo con la intención de estudiar Empresariales. Pero pronto, concretamente en segundo de carrera, dejó la calculadora y los números por la sartén y los platos. A partir de ahí comenzó su etapa como cocinero, una profesión que lo catapultó a la fama, en parte gracias, según dice, a la época dorada que le tocó vivir. «Fueron años en los que la cocina española se encontraba en plena expansión por el mundo, algo que un grupo de hosteleros supimos aprovechar», explica.

Fue precisamente este factor el que lo condujo a viajar por toda España y otros destinos internacionales demostrando al mundo que la mejor fabada se come en Prendes. De esta forma, consiguió colocar a su concejo y a su pueblo en el mapa, y al restaurante que un día de 1882 había fundado su bisabuelo Demetrio, en el podio hostelero. «Estoy orgulloso de ser carreñense, de haber nacido en Prendes y de que, a través de mi cocina, se conozca este municipio», asegura.

Y es que Pedro Morán se desvive hablando de Carreño y más aún de su pueblo. «Para mí Prendes es todo. No sabría vivir en otro lugar ni mucho menos realizarme como cocinero. Y aquí moriré», se sincera. De hecho, en 1987, Casa Gerardo ardió y le ofrecieron abrir un restaurante en Madrid; pero Morán se negó. Reconstruyó la historia de su familia en la cocina, piedra a piedra, sin olvidar sus raíces y su dependencia de un lugar que, en los años de su creación, fue el centro del pueblo. «Donde estaba nuestro bar, había supermercado, barbería, baile, peluquería, Correos... Vamos, de todo. Era como un centro comercial de los de ahora», bromea.

En su parroquia se encuentra su lugar preferido: el Turruxón de Prendes, del siglo XIII, pero sin olvidarse tampoco de su vecino Perlora. «No hay cosa que me preste más en el mundo que ir a caminar a la Ciudad de Vacaciones. Voy todos los días, a las cinco o seis de la tarde. Allí pienso en mis cosas y es algo que me relaja mucho y me da vida», afirma. Quizás en esos caminos en lo que más piense sea en los planes que tiene para el complejo residencial.

«Es una pena que no se aproveche su potencial. Cuando voy, se me cae el alma a los pies de ver en qué estado se encuentra, cuando se podría crear una gran escuela de hostelería donde los alumnos pudieran dormir también allí», explica.

Aparte de Prendes y Perlora, su otra pasión, claro está, es la hostelería. «Si volviera a nacer, yo sería otra vez cocinero», asegura. Y lo dice después de probar suerte también en la política. Fue cuatro años, de 1979 a 1983, concejal de la UCD en el Ayuntamiento de Carreño, pero «lo acabé dejando porque aquello no era lo mío», puntualiza. Morán prefería dedicarse al arte, porque es así como define la cocina. «Aunque no esté catalogada como tal, yo creo que la gastronomía se parece más a los toros que al fútbol. Es arte, porque es la interpretación que una persona hace de un producto bajo la influencia del fuego y el resto de ingredientes que lo conforman», expresa.

Desde luego, un arte difícil de crear, en palabras del afamado hostelero. «Hay veces que haces un plato que a ti te gusta mucho y, sin embargo, no funciona», sostiene. Para alcanzar el éxito en la receta es imprescindible, pues, tener paladar. «Además de la actitud, para ser un buen cocinero, lo más importante es que tengas un excelente paladar y que sepas comer, porque todos los platos que hacemos hay que probarlos. Por eso, cuando veo a un cocinero que no le gusta, por ejemplo, la cebolla... malo, ya que casi todas las recetas requieren de este ingrediente. Y si uno no prueba lo que hace, no sabe cuál será el resultado», argumenta.

Ahora la familia Morán dirige también un restaurante en Londres, donde asegura Pedro que la comida española con toques asturianos gusta mucho. Sin embargo, deja más el papel de chef en la ciudad inglesa a su hijo Marcos. Él prefiere los tradicionales fogones de Prendes y los productos del mercado de Gijón. Allí, desayuna siempre que puede con las mujeres que van a hacer la compra. Por eso, «no sé por qué tengo fama de presumido y de chulo», dice riéndose. Se considera una persona sencilla. Pero, eso sí, un poco cabezón. «Por algo soy tauro...», sentencia.