Cada vez que oigo hablar de él es como si inhalara el aire que respiro mezclado con azufre. Tal es la estela que dejó el personaje que en algunos lugares bien parece que hubiera pasado el caballo de Atila. Llegó un día un «empresario» por estos valles para sacar de la crisis a las familias mineras y ponerlas a vivir con una luz en el horizonte. No fue así. Es decir, fue mucho peor que la mordedura azul del propio grisú en los rostros y manos de los picadores del carbón. Sólo creó y disfrazó una nueva empresa, cobró subvenciones, destrozó los pastizales de Somoza, cerró a cal y canto las bocaminas y acabó con las ilusiones de todos. Desde entonces cientos de personas se fueron y, una vez que el sol se va por encima de Sobia, apenas sí hay un alma por la calle. Al margen de la Justicia -a veces sin venda en los ojos-, ¿qué tendrá que hacer la sociedad con gentes como Bárcenas, Conde, Blesa, Messi? y el individuo en cuestión? Dicen que en Cangas del Narcea le tiraron huevos. Aquí le arrojaríamos cagachones de burra vieja que huelen que apestan. ¡Qué desgracia ser hombre y no tener nombre!