Para que haya un tronco y una enramada tiene que haber unas raíces que los sujete a la madre tierra y los alimente. Siempre el árbol etnográfico estuvo completo: tierra, pegoyos y puntiga; tierra, piedra sin tallar y bóveda falsa o de teitu por cobertura; otra vez más piedras, finamente labradas, y el corredor para colgar de sus barandas las ristras de maíz. Las raíces del hombre, por desidia, se fueron secando y así se fueron poniendo de rodillas: hórreos, paneras, corros, cabazos, teitus y la casa matriz con su ajuar, costumbres, aperos de labranza y el huerto «dentecasa», donde habían crecido las guindas y los piescos. Jesús, Cristina y una montonera de gente quieren recuperar en Santo Adriano, con la «Ponte-museo», parte de lo que hemos perdido. En Teverga hace varios años que se pidió a voces un centro de estudios literarios y sociales para volver a «lu que ya de nuesu» pero se ahogaron las palabras entre las manos del olvido.