La conquista de América ha nutrido no sólo las páginas de los libros de historia, sino también las de algunas celebradas novelas de aventuras. En la que quizá sea su serie más entonada, «Cienfuegos», Alberto Vázquez-Figueroa relató las peripecias de un pastor de La Gomera que se embarca, de manera fortuita, en el primer viaje de Cristóbal Colón. Pero por esas casualidades que ponen sal a la vida y pimienta a la literatura, otro aventurero español con ese mismo nombre, ovetense para más señas, surcó los mares del Caribe allá por el siglo XIX, dejando tras de sí una historia plagada de hazañas y una próspera ciudad bautizada en su honor.

Se llamaba José María González de Cienfuegos-Jovellanos y era el tatarabuelo del añorado Alonso Cienfuegos y García-Baxter, el II Conde de Cienfuegos, fallecido el pasado marzo y que encontró su verdadero hogar en el palacio de Buznego de Peón y entre las gentes de esta localidad de Villaviciosa, que le acaban de homenajear a título póstumo durante las fiestas.

La sinuosa biografía de José María González de Cienfuegos está narrada, en modo novelado, en el volumen «Memorias del artillero José María Cienfuegos Jovellanos (1763-1825)», escrita con rigor de historiador y alma de poeta por otro descendiente del militar ovetense, Francisco de Borja Cienfuegos-Jovellanos. El protagonista era sobrino de Melchor Gaspar de Jovellanos, quien le marcó muy profundamente.

Entre 1782 y 1783, un joven José María Cienfuegos combatió a los ingleses en tierras de Menorca y Gibraltar, y apenas diez años después puso rumbo a Francia para combatir el ardor revolucionario. En el país vecino, Cienfuegos fue hecho prisionero y permaneció en cautiverio durante varios meses, hasta que en septiembre de 1795 fue liberado merced a la Paz de Basilea. El ovetense, no obstante, tuvo ocasión de desquitarse. En 1808, cuando los franceses invadieron España, Cienfuegos fue uno de los numerosos asturianos que se levantaron en armas. Apenas dos años después, como presidente del Consejo de Guerra, se encargó de la organización de las guerrillas en toda la región, y para 1813, cuando finalmente se expulsó a los franceses, era miembro destacado del Consejo Superior de Guerra.

Sus méritos durante la ocupación no pasaron desapercibidos para el repuesto rey, Fernando VII, que en mayo de 1816 le encargó una delicada misión: limpiar el Caribe de la amenaza de piratas y bucaneros. Así, el asturiano fue nombrado Capitán General de la Isla de Cuba y puso rumbo a La Habana.

Con el objetivo de fortalecer la isla y hacerla menos vulnerable a las incursiones piratas, Cienfuegos comenzó a promover la colonización de extensos territorios costeros aún deshabitados. Se propiciaron asentamientos en zonas hoy tan emblemáticas como Guantánamo, además de fortificar otras zonas como la mítica bahía de Cochinos. Pero el mayor hito de esta expansión fue, sin duda, la colonización de Jagua, al sur de la región central de Cuba.

La idea de poblar esta región partió de un militar francés, Juan Luis Lorenzo de Clouet, quien propuso crear un asentamiento en la bahía de Jagua. Una iniciativa en la que contó con la aprobación inmediata de Cienfuegos. Al asturiano, no obstante, no le quedaba mucho tiempo en la isla. Con una incipiente dolencia pulmonar, el militar solicitó a la corte su retorno a España y a finales de agosto de 1819 fue relevado como Capitán General por Juan María Echéverri. Fernando VII, no obstante, aún tendría tiempo de reclamar una vez más los servicios del asturiano en 1822, cuando le nombró, pese a sus reticencias, Secretario de Estado de la Guerra, cargo equivalente al de ministro.

El desempeño de ese cargo fue el último servicio a la patria del militar ovetense. Pero sus desvelos fueron recompensados pocos años después de su muerte, cuando el monarca, a petición del mismo Juan Luis Lorenzo de Clouet que había fundado Jagua, renombró la colonia como Cienfuegos y a darle rango de villa.

Era el 20 de mayo de 1829, y empezaba así el rutilante desarrollo de la colonia, cuya distinción la haría merecedora del apelativo popular de «La perla del sur». Una joya del Caribe que, curiosamente, tiene un antepasado común con ese conde entrañable y vivaz que se ganó el corazón de las gentes de Peón.