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El panadero de la zona rural se jubila

"Fue una despedida muy emotiva", dice Tomás Calzón, que recorrió durante 42 años las casas de Ambás, El Valle, Guimarán y Pervera

Tomás Calzón, en el centro de iniciativa rural de Guimarán-El Valle. M. G. SALAS

El pasado sábado 18 de octubre fue uno de los días más duros y largos en la vida de Tomás Calzón, el panadero de la zona rural del concejo. Después de más de cinco décadas repartiendo pan por media región le llegó la jubilación a este vecino de 65 años, natural de Caraviés, en Lugo de Llanera. Aunque confiesa que ya tenía ganas de "no dar ni palo al agua", la despedida no fue fácil.

Durante todo este tiempo, Calzón ha hecho grandes amigos en Carreño, en especial en las parroquias de Ambás, El Valle, Guimarán y Pervera, que recorría desde hace 42 años todas las mañanas de lunes a sábado. Allí todos, tanto pequeños como mayores, recuerdan sus visitas y sus chistes. No es de extrañar entonces que su adiós, la semana pasada, fuera un mar de lágrimas.

"Fue muy emotivo. Muchos paisanos acabaron llorando y yo casi. Terminé el día muy mal", expresa Calzón, que se despidió casa por casa de todos sus clientes. "Les tengo mucho cariño y me siento agradecido. Ellos fueron durante muchos años los que dieron de comer a mi familia. Nunca les olvidaré y no pienso perder la relación", asegura en su primera semana como jubilado, sentado en la terraza del bar del centro de iniciativa rural de Guimarán-El Valle. Tras su marcha, Calzón ya ha recibido la llamada de muchos de ellos. "Me preguntan que cómo estoy y yo les digo que bien, aunque un poco nostálgico. Eso sí, lo que me presta por la vida es saber que a las cuatro y media de la madrugada ya no tengo que levantarme, que puedo dar media vuelta y seguir en lo caliente", afirma entre risas.

Calzón, que trabajaba para la panificadora de Trasona, empezaba todos los días la ruta a las cinco y media de la madrugada. En total, hacía 150 kilómetros desde Villabona hasta Pervera. En Carreño terminaba la faena, después de dejar en el concejo una media de 150 barras de pan. "Iba casa por casa, ya lloviese o ventase. Era lo que había: poner el chubasquero, las botas y el gorro, y a trabajar", dice. Un día daba la parpayuela con unos vecinos y al siguiente con otros. Calzón no desatendía a ninguno de sus clientes, aunque el reloj corriese muy deprisa. "El pan tenía que estar en todas las casas antes de la comida; no podía matar mucho el tiempo", apunta.

No obstante, en estos años no todo han sido buenos momentos. Este panadero, ahora residente en Los Campos (Corvera), sufrió dos accidentes. En uno casi pierde la mano izquierda, tras volcar su furgoneta en Ambás, y en otro, por poco la vida, después de chocar con otro vehículo en Trasona. Por si fuese poco, Tomás Calzón no ha parado de trabajar desde los 13 años. Asegura que en todo este tiempo pocas veces ha estado de baja y sólo ha cogido vacaciones en cuatro ocasiones. El resto de su vida se resume en trabajo, trabajo y más trabajo.

"Lo hacía por mis hijos (María y Pablo); quería que tuviesen la oportunidad de estudiar. Yo nací en una familia muy humilde y ya desde pequeño tuve que empezar a trabajar, mis padres lo necesitaban. Pero tanto sacrificio ha merecido la pena. Estoy muy orgulloso de mis hijos", expresa, con la mirada puesta en la escuela rural de Guimarán-El Valle, justo al lado. Están en tiempo de recreo y aprovecha para saludar a una de sus clientas, la profesora Mirta Morán. Tras una breve charla, los dos se funden en un abrazo. Una muestra más de que Tomás Calzón es el panadero querido de la zona rural de Carreño.

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