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Peñas se asocia por la marañuela

La necesidad de un sello de calidad para impulsar las ventas une a los elaboradores del dulce de Candás y Luanco, que se diferencia, sobre todo, de una villa a otra en la cantidad de huevos

Peñas se asocia por la marañuela

Candás y Luanco comparten muchas tradiciones marineras. Una de ellas, la más dulce, es la elaboración de marañuelas. Aunque esta pasta es típica de la Semana Santa, los dos pueblos la producen de forma artesanal durante todo el año. Hay vecinos que incluso viven exclusivamente de su comercialización. Pero la crisis, como en otros sectores, ha propiciado una bajada en las ventas. Para volver a impulsarlas, los productores de ambos concejos creen que hay que apostar por la unión y solicitar un sello de calidad que contribuya a su promoción tanto dentro como fuera de la región. Serían, como el chosco de Tineo, la sidra, el queso Cabrales o la escanda, marañuelas con denominación de origen.

Aunque por fuera las de Candás y las de Luanco son casi iguales, cada villa marinera imprime su toque personal y el modo de elaboración varía de un concejo a otro. Según la receta de Basi Muñiz, responsable de Casa Bombita, los candasinos utilizan medio kilo de azúcar, canela, anís, raspadura de limón, una docena de huevos, un cuarto de mantequilla cocida, un kilo de harina y una cucharada de postre de amonio de carbonato -hay quien lo sustituye por levadura potax-.

En Luanco, sin embargo, no se emplea ni canela ni anís ni amonio. Aunque la principal diferencia entre los dos pueblos está en los huevos: mientras que las pastas de Carreño llevan doce enteros, las de Gozón, once yemas y sólo uno entero. Así la receta luanquina, según Beatriz Ruiz, de El horno de Luanco, lleva medio kilo de azúcar, ralladura de limón, un cuarto de mantequilla cocida, once yemas y un entero, y un kilo de harina. Ahora bien, el proceso es el mismo: amasar, darle forma y meter en el horno.

Según explican los productores, primero se cuece la mantequilla y luego ya se van incorporando el resto de ingredientes -la harina lo último-, que se amasan hasta conseguir un conjunto más o menos homogéneo. Para ello, es necesario que las manos no estén ni demasiado frías ni demasiado calientes. Tienen que estar en un punto medio para poder manejar bien la masa y no quitarle el brillo a la marañuela. Una vez lista la base, el siguiente paso es trocearla y hacer las formas. Hay muchas: flores, lazos, coletas... Tras ello, hay que meterlas en el horno -mejor si es de leña- durante unos veinte minutos. "La marañuela tiene que estar crujiente por fuera, pero a la vez blanda por dentro, es decir, que se pueda comer", sostiene Beatriz Ruiz. Finalizado este proceso, ya sólo queda empaquetarla o guardarla en una lata para evitar que la galleta se ablande. "Conservándola en un sitio oscuro y seco, la marañuela puede durar perfectamente un año", señala Basi Muñiz.

Las diferencias existentes entre las recetas de ambos pueblos se deben, según indica Beatriz Ruiz, a que las mujeres de antes, en función de los ingredientes que tenían en casa, iban sustituyendo unos por otros. "Si a lo mejor utilizaban anís y les gustaba el resultado, pasaban la receta a más vecinas. Así fue como cada pueblo y cada mujer fue haciendo el dulce a su gusto. De hecho, en Bañugues y en Antromero, la marañuela no se hace igual que en Luanco", dice Ruiz. Eso sí, todas comparten el mismo origen: sirvieron en el pasado como alimento a los marineros.

Los testimonios escritos más antiguos que se conservan sobre su elaboración corresponden al siglo XVIII. Dada que la principal cualidad de esta galleta era su larga duración, los pescadores del Cabo Peñas las llevaban para sus largos viajes. Sus esposas empezaron haciendo una maraña -de ahí su nombre actual-, que poco a poco fue adquiriendo las formas actuales, que emulan a los nudos marineros. Pero sobre la historia de la marañuela, hay mucha fábula. Existe un mito popular que cuenta que este dulce procede de los países del norte de Europa. Fueron así los vikingos, que desembarcaron en Antromero y Bañugues, los que trajeron esta sabrosa pasta a Asturias. Y sus formas, según esta misma leyenda, rinden homenaje a las coletas de los guerreros escandinavos. De cualquier forma, la marañuela se merece un sello de calidad.

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