"No tenía ni idea de que había esto; vine a la fiesta y me lo encontré, y está muy bien, es curioso". Luis Pérez, gijonés con familia en Santa Marina, se encontraba la noche del viernes en la carpa de las fiestas patronales de la parroquia sierense con una botella de sidra -le tocó escanciar- y con su gente, como tantos años, pero en esta ocasión la comisión de fiestas había promocionado una velada de boxeo amateur, algo que desde hace mucho tiempo no se estilaba en el verano ni de esta parroquia ni de su entorno.

Mientras Luis hablaba, poblaban la carpa de la fiesta los sonidos del ring, los golpes y jadeos de los deportistas, y de tanto en tanto los gritos del público entusiasta que animaba a unos u otros.

La velada de ayer era una excepción en la programación asturiana, pero no siempre ha sido así. Antonio Aragón Ríos, entrenador del club lugonense que lleva su nombre, y que tuvo en el cuadrilátero a algunos de los contendientes de la jornada de ayer, explicaba que en otros tiempos el boxeo era muy habitual en todas las fiestas. "Todas las semanas había boxeo, andabas de un lado para otro y eran muchas las fiestas que lo programaban", aseguró. "Ahora es un deporte que ya no tiene tan buena fama como tenía, y es una pena". Él siempre ha defendido la limpieza de este deporte, "uno de los primeros deportes olímpicos, que aun así suele despertar rechazo". Y lo cierto es que en la competición de ayer quedó patente el respeto mutuo que se tenían todos los contrincantes. En la cita del viernes boxearon Gabriel Vargas, Iván Martín, Pelayo, Carlos de León, Román Gorbuz, Fernando Fuertes, Vicente Mouzas, Aliou Jesús Lobato, Jairo Costa, Pablo Álvarez y Miguel Ángel Palacín.

Maestro de ceremonias

Hizo de maestro de ceremonias de los combates Benjamín Cabal, exboxeador, que también recordó que en otros tiempos había combates en las fiestas de los pueblos. "Recuerdo haber peleado en las fiestas de la Juécara, en Langreo, hace nada menos que 50 años", dijo.

Y el público estaba formado por aquellos que venían a acompañar, por amistad, afición o lazos familiares, a los boxeadores, que lógicamente eran los que más jaleaban, y quienes acudían porque tocaba ir a la fiesta del pueblo hubiera lo que hubiera o por simple curiosidad.

Entre estos últimos estaba Juan Carlos Suárez, vecino del entorno que se acercó a ver los combates. "Se empeñó la mujer, que tenía curiosidad, y vinimos hasta aquí; la verdad es que está bien, ahora sólo espero que cuando acabe el boxeo no siga la pelea en el prau, que aquí ya se sabe cómo son las cosas", dijo.

No fue así. Los deportistas mostraron la limpieza que existe dentro de la rudeza del boxeo y la gente disfrutó de la velada mientras calentaba motores para la verbena que llegaría después. Todo el mundo concluyó que la iniciativa fue un acierto.