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Hoy es siempre todavía

"Si algo me dio la bici fue tiempo que aprovecho para estar con mi mujer y mis dos hijos"

"Cuando dejé la bici sabía que quería hacer algo, pero no qué; al inicio de la crisis vi tantos codazos como en el pelotón"

Chechu Rubiera, en el balcón de El Rinconín de Les Campes, en Pola de Siero. LUISMA MURIAS

-No podría estar mejor. Tengo salud, dos guajes, Noah, de 5 años, y Axel, de 3, y una muyer, Laura, todos maravillosos. Si algo me dio la bici fue tiempo. Trabajo sólo por les mañanes, y les tardes y fines de semana tamos los cuatro juntos. Quiero aprovechar estos años antes de que los guajes reclamen autonomía.

José Luis "Chechu" Rubiera bajó de la bici hace 5 años, donde destacó como escalador y principal gregario de Lance Armstrong. Vive en Muñó (Siero), al otro lado de Baldornón (Gijón), donde nació y creció. Su casa tiene corredor, hórreo y una huerta simbólica de puerros y lechugas en la que "escargata" con los críos. Como hace 100 años, cuando pertenecía a su bisabuelo materno, carece de traída de agua. Sus hijos estudian en el colegio de Pola de Siero y bajan con los chavales de Muñó, de La Collada...

-¿Se parece al entorno en que usted creció?

-Tiene la tranquilidad de los pueblos, pero hay menos niños, algunas casas sólo se usan para dormir, y mis guajes no oirán cabruñar, ni trajín de tractores. Yo sabía, por el sonido, si era el de Vicente, el de Sabino, el de Lado o el de Pepe Mateo.

-¿Le costó bajar de la bici?

-No, fue una decisión que tomé sin lesiones ni sanciones.

-¿Y aceptar su nueva vida?

-Es un cambio muy radical de hábitos. El ciclismo me llevaba 130 días fuera de casa, entre competición y concentraciones. El resto del año tenía cuatro horas y media de entrenamiento diario más todo el entrenamiento invisible, que hacía con mucho gusto, el sueño necesario para que el cuerpo recupere y la alimentación sana. En bici era el más feliz del mundo, hacía lo que me gustaba y, encima, pagábenme.

-¿Sabía qué quería hacer?

-Sabía que quería hacer algo, pero no qué. Tras 16 años de ciclista, por mucho que hayas ido a la Universidad, no sabes hacer nada que no sea andar en bici.

-Usted es perito industrial.

-Parte del mérito lo tiene la Universidad y el resto yo, con el trabajo de cada día. En la carrera conocí a Laura, en 1993, porque estudié con su hermano. Nos casamos en 2000, en Nochevieja, y no estábamos borrachos ninguno de los dos.

-¿En la calle hay tantos codazos como en el pelotón?

-Por igual. Corrí en una época en la que había más respeto y no le metías el codo a Indurain. Me dicen que, últimamente, el ciclismo se profesionalizó, se hizo más salvaje y la gente pierde hasta la educación. Dejé la bici al inicio de la crisis y me asustó ver que no era fácil hacerse hueco tal como estaba el mercado laboral.

-¿Cómo logró el trabajo?

-Por amistad con el jefe, Daniel Alonso, campeón de España de ciclocross.

Rubiera es ingeniero de producto en MMR, una empresa de 23 trabajadores que vende 8.000 bicis al año. No recuerda cuándo empezó a andar en bici porque, como todos los críos de Baldornón, la usaba para ir a la fuente, bajar al río a pescar o jugar al escondite por el pueblo. Su padre recogía leche y su madre regentaba el bar (que sigue abierto para el encuentro de los vecinos). A los 8 años tuvo una bici de corredor con la que bajaba a Gijón junto a algún vecino. A los 12 años hacía rutas. Empezó a correr a los 14 años con la escuela de Las Mestas. Ganó en todas las categorías, sin arrasar, y superó esos filtros que van desde la maduración del cuerpo hasta mantenerse lejos de las fiestas de prado.

-¿Es buena edad 14 años?

-Hay de todo, pero sí. Los pequeños deberían practicar todos los deportes para conocer toda la oferta y trabajar todos los grupos musculares. El pedaleo está muy cerrado en las piernas y no me gusta fomentar en niños la excesiva competitividad. Los pequeños deberían hacer excursiones, aprender mecánica y no centrarse en quién gana la carrera.

-¿Logró ser el corredor que esperaba?

-Fui más. Me bastaba con llegar a profesional y conocer una Vuelta a Asturias o a España. Cuando marché a correr el Giro pensaba: "A ver si lo acabo". Y gané una etapa. Hay quien piensa que me limité a ser un gregario y que eso redujo mi palmarés.

-¿Fue así?

-No, con 120 competiciones al año si no demuestras que tienes un talento superior al líder es que algo falla. No todo pueden ser adversidades. Recuerdo una etapa en el Tour con final en alto en Plateau de Beille. Iba escapado con Carlos Sastre y otro español. Me mandaron esperar al grupo para tirar de Armstrong. En más de 120 etapas del Tour ésa fue la única en que sentí que podía ganar. De hecho, ganó Sastre.

-¿Cómo era Armstrong?

-Con Armstrong sólo hay dos grupos. Estamos los que lo apreciamos porque se portó muy bien con nosotros, luego no hay nadie en el medio y más allá, todos los demás. Es arrogante, pero un campeón como la copa de un pino y un buen líder.

-¿Llevó bien siempre su arrogancia?

-Sí, aunque me producía malestar cuando le veía no hacer caso a diez personas que llevaban media hora esperándole por un autógrafo. Cuando competí contra él era prepotente. Cuando le tuve al lado aparecieron sus virtudes. Con los cercanos fue intachable, muy preocupado por que estuviésemos bien. Fui de vacaciones a Nueva York fuera de temporada y llevaba hotel, pero se preocupó en buscarme un alojamiento, el de Sheryl Crow. Le debo mis recuerdos más espectaculares, viajar en avión privado y conocer a Robin Williams y Arnold Schwarzenegger.

-¿Mea más tranquilo desde hace cinco años?

-Sí, porque meo solo. Antes tenía que mear también ante mujeres, lo que intimida bastante.

-¿Siempre meó con la conciencia tranquila?

-Sí. Nunca tomé nada que no me dijese el médico que debía tomar.

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