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De aquí a Lima

Batalla contra la contaminación

Los elevados índices de polución de Lugones, a una semana de la Cumbre del Clima, exigen acciones coordinadas, y no esperar a que llueva

Batalla contra la contaminación

Medio millón de personas, el equivalente a a mitad de la población de Asturias, muere cada año en Europa por la contaminación que generan los vehículos que circulan por sus grandes ciudades. Esa polución se suma a la que causa la industria pesada y agrava un problema que espera respuesta. Éste será uno de los principales objetos de debate en la Cumbre mundial del Clima, que arranca en la convaleciente París en siete días.

Aquí, mientras tanto, la estación medidora de Lugones, la única que existe en el concejo de Siero, detectó los tres primeros días de esta semana niveles de polución de origen antrópico (coches y fabril) que llegaron a septuplicar las recomendaciones de la Unión Europea. La estación no está ubicada en una zona industrial humeante, sino entre un colegio (La Ería) y un Instituto (Astures). Y registró picos de 71 microgramos por metro cúbico de las partículas conocidas como PM 2,5; las más peligrosas por su gran capacidad de penetración en las vías respiratorias. El límite máximo marcado por la UE para estas partículas es de 10 microgramos por metro cúbico. Las estaciones de medición de Avilés y Gijón, en zona habitada, también vieron disparados sus datos.

La zona central asturiana, donde se ata el nudo gordiano de las carreteras de la región, es ya la tercera urbe española tras Madrid y Barcelona. Mayor que Sevilla y Valencia. Dos veces y media Bilbao. Una conurbación de 850.000 habitantes que suspende, un año tras otro, el examen de mediciones de la calidad del aire. De los 78 concejos, los peores datos de salud para sus vecinos se dieron en 2014 en Siero, Noreña, Corvera, Castrillón y Langreo; todos ellos en la bisagra central.

El corazón de Asturias se sitúa hoy en parámetros de polución similares a los de Torrelavega, que pasa por tener, a la vista y al olfato, uno de los cielos más sucios del norte de España.

La Organización Mundial de la Salud ha gastado últimamente tiempo, dinero y prestigio en sacudir la estructura productiva del sector cárnico internacional con informes exagerados, generalistas e inconcretos que luego generan rábanos informativos cogidos por sus hojas, que son los titulares. Pero afortunadamente también hace otros informes que, a menos en apariencia, son más profesionales y mensurables. En un trabajo de este mismo año la OMS determina que la contaminación de las grandes ciudades, entre ellas la capital española, provocó una de cada siete muertes de ciudadanos europeos en 2014.

Una interpretación libre y a vuelapluma, a modo de resumen del párrafo anterior, nos podría llevar a concluir que resulta más insano respirar aire de Madrid que comer chorizo de Noreña. Por ejemplo.

Volviendo a la polución: los gobiernos de turno la apellidan desde hace décadas como "preocupante". Es ya más un epíteto manido que un calificativo. Para hablar de ella, sesudos dirigentes de medio mundo se ponen el índice en la sien, ladean la cabeza, fruncen el ceño y agravan la voz. Y poco más.

En Asturias, vecinos, ecologistas y oposición parlamentaria han arremetido esta semana con dureza contra la -"ausente, esperpéntica y calamitosa"- gestión medioambiental del Principado para frenar la creciente polución en el área central. La Consejería culpó primero a la arena del Sáhara y, cuando los meteorólogos le sacaron los colores, se encomendó a la Virgen de la Cueva, que desde ayer los escucha. Infalible.

Por su parte, la sociedad se acuerda de la contaminación como de Santa Bárbara, de vez en vez, sobre todo cuando truenan en los medios imágenes de una "boina" negruzca y densa depositada a media altura sobre las grandes ciudades europeas tras varios días sin llover. La instantánea es una alegoría de la polución que, cuando los que hoy superamos los cuarenta éramos niños sólo recordamos asociada a gigantescas urbes chinas o indias, con viandantes pañuelo o máscara en boca.

Pero hace ocho días fue imagen destacada en varios medios de comunicación la borrina de porquería en suspensión que "densificó" (eufemismo de enmierdar) el aire de Madrid durante el "veranillo de San Martín".

Y tampoco se libró la torre Eiffel. Y es que el cielo de París ya no solo está hecho para los enamorados, como cantaba Édith Piaf y hoy versiona con frescura -con o sin Alborán- la "manouche" Zaz. Las calles de la capital francesa, cuando no las prostituyen con disparos de Kalashnikov y bombas unos cobardes y salvajes vesánicos que tienen la religión como tara, son un paseo indiscutiblemente atractivo para los sentidos. Sin embargo, caminar por ellas equivalía a finales de 2013, en el momento en que la ciudad alcanzó su pico histórico de contaminación, a estar en una habitación de 20 metros cuadrados con ocho fumadores dentro. Y todos fumando a la vez.

Buena parte de las grandes ciudades europeas, conscientes del acuciante problema que ahoga y mata silenciosamente a sus habitantes, han comenzado ya a tomar medidas.

París ha comenzado a reducir el tráfico en el centro de la ciudad. Londres exige desde 2003 la "congestion charge", una tasa por acceder al downtown que cuesta más a los coches que más contaminan. También lo hace Estocolmo. Hamburgo no prohíbe el acceso de coches al centro, sino que directamente sustituye calles por espacios verdes y peatonales. Milán, que implantó el llamado Ecotass, regala vales de euro y medio a quien deja el coche un día en casa. Helsinki casi ha duplicado en cinco años su transporte público. Copenhague ha construido 320 kilómetros de carriles bici. El ayuntamiento de Oslo decidió hace menos de un mes que en 2019 la capital noruega (con 600.000 habitantes y 350.000 vehículos) será una ciudad sin coches.

En España, Barcelona, Sevilla, San Sebastián y Zaragoza, entre otras, han potenciado el transporte público y los carriles bici. Esto último también lo ha hecho Gijón. Oviedo hace años que apostó por la peatonalización. Madrid, la más contaminada, promovió hace pocos días -polémicos- planes para reducir la circulación y el aparcamiento de coches en el centro de la ciudad.

De una forma u otra las grandes urbes se mueven contra la polución. Y no sólo sucede en Europa, sino en otros lugares del mundo como Latinoamérica. Allí es cada vez más habitual que alguna de las principales avenidas de las grandes capitales se conviertan los fines de semana y días festivos en "ciclovías" cerradas al tráfico y puestas a disposición de los vecinos para correr, montar en bicicleta o patinar. Reducen contaminación y fomentan el deporte. Una de las principales calles de Lima, la Avenida de Arequipa, una imponente arteria de 52 cuadras (manzanas) y 8 kilómetros de largo, un cólico miserere de tráfico entre la madrugada del lunes y el mediodía del sábado, se convierte cada domingo en un privilegiado (en Perú el asfalto es un bien preciado) lugar de esparcimiento que aglutina a miles de deportistas y aficionados.

La dispersión, la atomización urbana, hace que en Asturias no se conciba la zona central como un todo y se reste importancia a la condensación del tráfico y sus consecuencias. Pero al final la autopista "Y" es una M-30 que, en lugar de ser anular, tiene forma de herramienta de zahorí, pero también está saturada y vieja; la AS-II (Oviedo-Gijón) es una suerte de M-40 que intenta descongestionar la anterior, más moderna y con un poco menos de tráfico. Y la autovía de Siero a Oviedo es ya una "carretera de La Coruña", una mera alternativa más rápida a la vía de servicio en que se ha convertido la vieja Nacional, en la que se suceden naves y/o casas durante 19 kilómetros. Un continuo urbano de pequeños "barrios" de una ciudad nuclear que es Oviedo.

La gestión del transporte público (aún muy deficiente) y la planificación del crecimiento urbano del área central serán determinantes en el futuro medioambiental de Asturias. La ciudad -Astur-, una vez construida, es poco permeable a los errores cometidos. La conurbación central aglutina las tasas de morbilidad y mortalidad juvenil más altas de la región. Existe una escasa conciencia de ciudad y las -raquíticas y dispersas- medidas se toman por separado.

La Cumbre del Clima que empieza en París el domingo exigirá acciones plausibles en las que será difícil que nos dejen incluir el "que llueva, que llueva". En el área central asturiana se impone una acción coordinada que bien podría comenzar, como gesto, por cerrar la AS-II los domingos al tráfico y abrirla al deporte. Por empezar por algún lado.

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