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Seloriu busca relevo para sus ramos

La tradición de la parroquia de llevar ofrendas a Santolaya evolucionó desde las construcciones de palos a las representaciones figurativas a partir de 1960

El tamboritero El Pantrucu, de Tornón, y el gaitero Germán Carús, de Pivierda (Colunga), animando el desfile en 1952. A la derecha, un grupo de mozos, un año antes. REPRODUCCIÓN M.M.

Luis Estrada, Guillermina Ruiz, Juan Cordera y Eloína García revisan con nostalgia fotos antiguas. Se convierten en la prueba gráfica de la gran devoción que siempre se profesó a Santa Eulalia de Mérida o Santolaya en la parroquia de Seloriu (Villaviciosa). Aunque aún mantienen viva la tradición, ésta ha ido cambiando y decayendo, al igual que la mayoría de los festejos. Antes, casi todos eran multitudinarios porque era una de las jornadas más esperadas del año. No todos los días se podía ir de folixia, así que la fiesta del pueblo era muy importante. Pero en Seloriu la tradición sigue muy arraigada.

Inicialmente, los ramos llevaban cuatro palos, que se juntaban arriba e iban adornados con pañuelos. No faltaba el pan para subastar y llevaba rosquillas para quien se encargaba de esa misión, el rematador. Recuerdan, por ejemplo, a Manuel Alonso, "El Fuentón". Otros detalles como flores también tenían cabida. Quienes llevaban el ramo vestían el traje regional. Aprovechaban para estrenar zapatillas y madreñas y, si éstas no eran nuevas, las pintaban para que lo parecieran. Los años de mayor esplendor fueron entre las décadas de los cuarenta y los setenta del pasado siglo, recuerda Luis Estrada. Guillermina Ruiz apunta que llegaron a desfilar hasta 14 ramos.

El segundo domingo de noviembre el párroco nombraba en misa a las dos personas que había designado en cada uno de los diez barrios de la parroquia y que ese año se encargarían de realizar esta ofrenda a la Santolaya. "Hacía mucha ilusión que te nombraran porque significaba que ya eras mozu y llevarlo, más, un honor", explica Luis Estrada, que todavía el domingo cargó, junto a Juan Cordera y la hija y la nieta de Guillermina Ruiz (Begoña Candás y Mónica Foncueva), con el ramo de Vega. Prepararon un sencillo pero original ramo con un cesto de manzanas.

"Esa semana -después de ser escogidos por el cura- ya se pedía", rememora Guillermina Ruiz. Es decir, comenzaban la ronda por las casas en busca de fondos. Lo habitual es que dieran un galipu (cuatro kilos) de maíz y cuando caían unes fabes eran más que bien recibidas. Luego tocaba ir a venderlo a la plaza de Villaviciosa para sacar dinero con el que costear los voladores que acompañan la llegada del ramo a la iglesia -que era y sigue siendo el mayor gasto- y el donativo para la parroquia.

Destacan que siempre hubo rivalidad entre los barrios por ver quién lanzaba más voladores. El asunto solía estar entre Olivar y Barzana, que se esmeraban en pedir por otras parroquias, pero sus vecinos también eran más generosos. Eloína García, de Olivar, indica que lo que más se valora son "los voladores, el ramo más guapo y el que más valor tuviera". La aportación a la iglesia era importante y se publicaba.

Guillermina Ruiz agrega que el 8 de diciembre, coincidiendo con la festividad de la Purísima, se exhibían los ramos que desfilarían dos días después -el 10 es Santa Eulalia-. La costumbre era ir después de misa a verlos, señala Juan Cordera. Y el día antes, celebraban un fornáu, donde tomaban castañas con sidra al son de la música, explica.

Alrededor de 1960, los ramos comenzaron a ser más creativos e incorporar figuras, indica Luis Estrada. Además del que representaba a cada barrio, había quien realizaba uno para ofrecerlo a Santa Eulalia en agradecimiento. Este año sólo hubo seis ramos porque falta relevo generacional.

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