Durante estos días escucho bastantes opiniones y quejas sobre los supuestos atropellos que suponen algunas normas emanadas por diferentes entidades y administraciones. Muchas críticas se fijan en el afán de legislar sobre los asuntos relacionados con la naturaleza: carreras de montaña, conservación del territorio, permisos de caza y pesca o "Música en el Paraíso". Otras se centran en las prohibiciones y en leyes absurdas referidas a costumbres, tradiciones y actividades diversas. Entre mis compañeros de la enseñanza, el malestar aumenta porque muchos tenemos la convicción de que tanta normativa distrae y apenas aporta ninguna ventaja para los alumnos. De los comentarios se trasluce la preocupación por el aluvión de normas con que nos agobian. Entre los que asumen cargos, cunde la impresión de que cada vez son más insensatos y que, aunque al final se impone la cordura -no siempre cargada de razón- tanta regulación paraliza y coarta cualquier iniciativa. Creo que la pulsión por regular va de la mano de la falta de respeto a las normas y que puede haber modos distintos de abordar realidades cada vez más diversas y complejas. Necesitamos normas, pero pocas y claras.