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Del tricornio al alzacuellos

"Ser cura es lo más grande que me ha pasado", dice el párroco de Lugones, que pidió la excedencia en la Guardia Civil para dedicarse a su verdadera vocación

Joaquín Serrano, en su despacho, junto a unas fotos de su época en la Guardia Civil. L. B.

"Lo más grande que me ha pasado en la vida fue hacerme cura". Joaquín Serrano no tiene ninguna duda. Sin titubeos considera un acierto una decisión que le cambió la vida hace ahora 22 años. Tenía entonces 28 cuando decidió poner punto y final a casi una década como guardia civil para dedicarse de lleno a una vocación católica que siempre tuvo presente como miembro del coro de su parroquia y habitual a la misa de los domingos.

Serrano nació en Candás hace 50 años, en el seno de una familia modesta. Su padre, al que perdió cuando sólo tenía 5 años, era un pescador que como muchos hombres por aquel entonces se incorporó a Ensidesa. Igualmente, la situación familiar obligó a su madre a trabajar duramente en el sector de las conserveras para sacar la familia adelante.

El ahora párroco de Lugones reconoce que de joven era "un mal estudiante de bachiller". A los 17 años hizo el servicio militar en la Guardia Civil. Fue entonces cuando tomó contacto con un cuerpo al que tras un par de años, sin saber muy bien a dónde dirigía su vida, decidió incorporarse. "Había que ganarse la vida, surgió la posibilidad y no lo dudé", recuerda el religioso, que entonces inició una trayectoria que le llevó por distintos puntos del norte de España.

Pasó dos años destinado en Arriondas y tras hacer un curso de Tráfico la vida le llevó a pasar el mismo tiempo en Pamplona. Pese a las reticencias iniciales por el conflicto vasco, confiesa que pasó una etapa plácida realizando funciones de control en el aeropuerto. Luego fue trasladado a la localidad burgalesa de Soncillo, en la alta montaña, en la que vivió experiencias difíciles pero satisfactorias. "Teníamos una tanqueta con la que salvamos muchas vidas", relata respecto a sus operaciones en épocas de nevada.

Posteriormente retornó a Asturias, concretamente a Mieres. Esto le permitió retomar su relación con la vida parroquial de Candás y colaborar estrechamente con el entonces párroco Valeriano Muñoz, quien primero le pidió colaboración y luego le hizo una pregunta que le cambió la vida. "¿Nunca pensaste en ser cura?", le espetó el sacerdote a Serrano, que encontró en la cuestión un empujón. "Lo había pensado fugazmente, pero no me veía capacitado ni orientado", indica.

Meses después, y tras una profunda reflexión, el candasín decide pedir una excedencia que todavía sigue vigente para emprender un nuevo camino en el seminario. "Siempre estaré agradecido a la Guardia Civil, si bien no tengo dudas de que prefiero ser cura", indica el hombre, que asegura haber declinado ofrecimientos para desempeñar funciones eclesiásticas vinculadas al mundo castrense porque su vocación es trabajar en las parroquias. "Es donde estoy más cómodo pese a que mantengo buena relación con la Benemérita, e incluso caso varios agentes cada año", apunta.

Ahora, con casi 14 años de labor pastoral a la espalda, aprecia ambas facetas de su vida y se queda especialmente con la última. Nada más ser ordenado sacerdote le destinaron a Degaña e Ibias. Sus buenas manos para el volante fueron un argumento de peso para destinarlo a una zona mal comunicada. Su trabajo y constancia dieron sus frutos con la rehabilitación integral de la iglesia de Cerredo y la construcción de un velatorio en estrecha colaboración con el entonces alcalde de IU en Degaña, Jaime Gareth Flórez. "Ambos antepusimos el interés común", recuerda.

Justo cuando esta gran obra iba a ser inaugurada le trasladan a Lugones, donde el Día de Difuntos de 2008 ofició su primera misa en un cementerio en nefastas condiciones que casi ocho años después es claro ejemplo de las muchas mejoras que ha impulsado Serrano, al que sus feligreses agradecen que un día renunciase al tricornio para ponerse el alzacuellos.

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