El rey Alfonso X llegó al poder en 1252 con el firme objetivo de tomar el control del reino y menguar el poder la nobleza que, hasta el momento, había dirigido a su gusto el devenir de sus territorios. Para ello otorgó a las poblaciones la Carta Puebla, conformando así un nuevo espacio en el que nada escapase a su autoridad. En esa línea, una de las medidas que impulsó fue el nombramiento real de los notarios, que hasta esa época eran escribanos designados por el concejo sin fe pública. Pero en Grado lo tuvo crudo con Martín Rodríguez.

"Pasó a ser un amanuense, un ayudante del notario real, pero siguió firmando con su signo pese a que la fe pública la tenía el notario, Rodrigo Alfonso", explica Guillermo Fernández Ortiz, historiador moscón que acaba de presentar un estudio sobre las notarías de Grado en la Sociedad Española de Ciencias y Técnicas Historiográficas y que será editado por la Institución Fernando El Católico.

Un estudio que surgió a raíz de las investigaciones que realiza para su doctorado sobre el archivo del monasterio de Santa María de Belmonte de Miranda, y que comenzó como un proyecto de colaboración interdepartamental en la Universidad de Oviedo. Animado por sus tutores de tesis doctoral, en la que cuenta con una beca de la Fundación para el Fomento en Asturias de la Investigación Científica Aplicada y Tecnológica (FICYT), ahondó en la historia de las notarías mosconas.

"Empecé investigando la documentación medieval del territorio histórico de Grado, los alfoces de Candamo y Salceo, Prámaro y Grado, y estuve año y medio recopilando alrededor de 700 documentos; al buscar la génesis documental, es decir, quién producía esos documentos, me di cuenta de que tras la fundación de la Puebla de Grado los hacían notarios de nombramiento real", comenta.

Así fue como comenzó a descubrir detalles sobre la formación de las notarías en el concejo moscón con archivos extraídos del monasterio de Santa María, entre otros. Una investigación que le llevó a definir tres fases en la creación de estos órganos. "Antes de 1250 eran clérigos o laicos desprovistos de la fe pública y luego llega una época, hasta el año 1270 más o menos, en la que son escribanos del concejo, se trata de una fase de adaptación hacia el nuevo modelo, cuando es el rey Alfonso X "El Sabio" quien las otorga por orden real", comenta Fernández.

El joven indica que existe poca información al respecto, ya que Grado perdió su Carta Puebla y la mayor parte de los archivos perecieron en un incendio a principios del siglo XX. "La única diferencia entre unos y otros era de quién emanaba la autoridad", matiza.

Así, de ser escribanos nombrados por el concejo pasan en 1270 a ser designados por el rey. Unos notarios que tienen consigo gente trabajando como excusadores o amanuenses y que podían dar fe pública cuando ellos no estaban presentes. Eso sí, debían imitar la firma del notario y señalar al lado un "semenjante".

Pero en Grado Martín Rodríguez no estaba dispuesto a perder su firma y siguió signando los documentos con sus señas pese a la orden real. Un insurrecto medieval que es una de las peculiaridades del estudio de Fernández.

Tras la presentación que realizó en la sede de la Sociedad Española de Historiografía en Zaragoza, el moscón está inmerso en el trabajo de su doctorado, al tiempo que prepara y da clases en la Universidad de Oviedo. Un doctorado en el que está organizando los tipos documentales y técnicas archivísticas en la comarca desde el siglo XII al XIX. La mayoría de documentos, dice, son escrituras de derecho sobre propiedad de la tierra o de carácter jurídico y administrativo. "Más adelante, entre el siglo XVI y el XVII, es la fase crucial en la historia de los archivos, un período de visagra que cambia la forma de hacer los documentos", sostiene.

Un trabajo que realiza mientras espera la publicación del estudio sobre las notarías mosconas en las que Martín Rodríguez, lleno de orgullo, tenía mucho que firmar con nombramiento real y sin él.