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AURELIO CUESTA | Chacinero mayor de Noreña

"Con 63 años me jubilé; tras toda una vida, me dije: Aurelio, no trabajas más"

"La situación del Matadero Central de Noreña se debe a la mala gestión; si Juacu Río viviese esto no habría pasado, tenía un gran temperamento"

Aurelio Cuesta, posando ayer junto al "Monumento al Gochu" de Noreña. LUCAS BLANCO

"Siete letras y las cinco vocales que no se repiten". Así, con humor, describe su nombre Aurelio Cuesta, un vecino de 81 años de Noreña, natural del barrio de La Reguera, que este año tendrá el honor de ejercer de Chacinero mayor durante las fiestas de San Marcos. Un cargo honorífico que le otorga la Orden del Sabadiego en reconocimiento a toda una vida dedicada a la industria cárnica, que repasa encantado para LA NUEVA ESPAÑA.

-¿En qué momento comienza a trabajar en la industria cárnica?

-Es algo que me vino desde pequeño. Aprendí el oficio de la familia. Todos eran chacineros y yo seguí el mismo camino. La diferencia es que yo fui pionero en varias cosas.

-¿Ponga algún ejemplo?

-Con 15 años fui el encargado de sacrificar los primeros cerdos en el antiguo matadero municipal. Hasta entonces sólo se mataba ganado vacuno. Estaba empezando y tuve algún percance propio de la juventud, como cuando me corté y me tuvieron que dar 21 puntos. Tenía entonces 18 años. Recuerdo que el médico de Oviedo no paraba de hablar. Quería distraerme para contrarrestar que se pasaba el efecto de la anestesia. Por suerte el corte no afectó a ningún tendón y sólo 21 días después ya estaba matando.

-También fue carnicero por cuenta propia durante ocho años ¿Por qué lo dejó?

-Puse una carnicería en Los Campones, pero mi mujer tenía que atender a la familia -un hijo y tres hijas- y ya no tenía tiempo para todo. Después de ocho años, pasé a trabajar en la fábrica de mi cuñado Eloy Noval, que en paz descanse, llamada La Competidora Colunguesa, en La Mata. Luego ésta pasó a llamarse Juntamar e instalarse en La Reguera. Ahí trabajé hasta mi jubilación, con 63 años, que me gané tras toda una vida de trabajar hasta sábados y domingos. Me dije: Aurelio, no trabajas más.

-Asegura que su papel en la fiesta gastronómica del Ecce Homo es fundamental.

-Fui el fundador del tema del gochu. Un día adobamos un gochu, lo comimos en La Cuadra -un establecimiento hostelero local- y a partir de ahí se puso de moda. Luego estuve veinte años adobando paletillas para la fiesta y cuando lo dejé les di la receta para adobar y tomaron el relevo otros hasta hoy.

-¿Qué le parece su nombramiento como Chacinero mayor?

-Solía pasar de ello otros años. Me daba pereza, pero me insistieron mucho por ser pionero en distintas cosas y acepté. Ahora no me queda más que esto (risas).

-¿Cambió mucho la industria chacinera?

-Ahora es todo mucho más fácil que antes. Teníamos que andar a cuestas con gochos de 130 kilos. Ahora como mucho puedes coger unos 20.

-¿Existe ahora más competencia?

-Había más antes porque todo el mundo se dedicaba a esto. Por suerte, ahora se vende más para fuera. Antes, como mucho, mandábamos un encargo para Canarias un par de veces al año.

-¿Cómo se ganó Noreña su fama chacinera?

-Es algo de toda la vida. En todas las casas se hacían matanzas hasta que llegaron los que llamaban los fiscaleros y comenzaron a requisar carne y poner trabas.

-¿Qué opina de prohibir la venta de huevos caseros?

-¿Qué va a ser de nuestro campo? ¿Adónde nos lleva que un hombre tenga cuatro gallinas y no pueda vender huevos? ¿Y que una persona tenga una vaca y no pueda aprovecharla? Tanta traba está acabando con los pequeños productores y las fincas están abandonadas y desaprovechadas.

-¿Le entristece la situación del Matadero Central?

-Lo que ocurrió fue fruto de la mala gestión. También puedo asegurar que si vive el anterior administrador, Juacu Río, esto no habría pasado. Tenía un gran temperamento y habría "matado" a unos cuantos antes de cerrar.

-¿Qué tienen los callos de Noreña que no tengan otros?

-Una gran tradición. En mi juventud en Navidad se mataban muchos gochos sólo por el adobu y las uñas para hacer callos. El resto se tiraba porque el adobu y los callos se comían en todas las casas por aquella época.

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