"Hoy me siento un olímpico", confesó ayer Manuel Fernández, "Manolito el Pegu", tras recibir la medalla de oro de Siero, la máxima distinción que otorga el Ayuntamiento a sus ciudadanos. Entre sus méritos está haber sacado adelante durante décadas las fiestas de Nuestra Señora del Buen Suceso, en El Carbayu, y crear con sus propias manos el Museo de la Romería.

La propuesta de concesión de la medalla partió del exalcalde José Antonio Noval, que cursó hace un año la solicitud. Fue precisamente Noval quien se encargó ayer de glosar la figura del Pegu en el acto solemne que se celebró en el salón de sesiones del consistorio, presidido por el alcalde, Ángel García, con la presencia de familiares del homenajeado, de miembros de la cofradía de Nuestra Señora del Buen Suceso y de representantes de todos los grupos políticos.

Dijo Noval que la trayectoria del Pegu "habla por sí sola, pues creo que en la historia de las fiestas y romerías de Siero, de Asturias, pocas personas pueden presentar un palmarés, una biografía, una entrega como la tuya, que llevas involucrado en las Fiestas del Carbayu o Virgen del Buen Suceso -permíteme la exageración- desde que naciste".

Y entre otros méritos, el exregidor destacó especialmente "el de estar siempre disponible para todos y hacer de tu parroquia, de tu Lugones del alma, un lugar agradable, confortable, humano y solidario". Respecto a su trabajo en el museo, Noval se refirió a su promotor como "artista de una sola obra, pero enorme, continua, inacabable. Obra que se enriquece de año en año, y que desde 1960 hasta la actualidad ha ido dando frutos y seguirá haciéndolo para deleite de todos, pues quien la visita tiene la sorpresa y el asombro garantizados".

El alcalde, Ángel García, tras entregarle la medalla, destacó al Pegu como "un ejemplo para todos los que vivimos en Lugones", como persona "siempre alegre, con buen ánimo, y siempre dispuesto a ayudar a los demás".

Por su parte, el homenajeado declaró que la mitad de la medalla era para su mujer, María del Carmen García Sánchez, que estaba entre el público con su hija, Matilde Fernández, y su nieta, Lucía Álvarez. "Todo lo que hice lo hice con mucho entusiasmo y amor, y tengo que agradecer, sobre todo, a mi mujer, que estuvo 38 años aguantando lo que estaba haciendo, que al principio parecían tonterías".

Cuenta que se le iba el tiempo en la "tená" trabajando en las figuras que después formarían parte del museo. "A veces estaba hasta las doce de la noche y me llamaba la mujer, porque yo ni siquiera miraba el reloj; nunca imaginé que iba a llegar a hacer un museo, le ponía esfuerzo y cariño, pero yo era como un guaje con los juguetes", dijo, y también agradeció a su mujer "a la hora de completar el museo y de hacerlo, que me consintiera gastar ese montón de euros que podía ser que lo quisiera más para ir de crucero".