La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MÍCHEL SUÁREZ | Licenciado en Historia y editor de la revista "Maldita Máquina"

"La derecha se apropió de las ideas de estética y decoro, es un gol que nos metieron"

"La gente cree que los precios baratos son sociales, pero reducen la calidad y los costes, empezando por el de los trabajadores"

Míchel Suárez, en la Pola. MANUEL NOVAL MORO

El poleso Míchel Suárez es el coeditor, junto con Álvaro Fonseca, de la revista de crítica social "Maldita Máquina". Actualmente está preparando el doctorado en Historia Contemporánea por la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro y trabajando en la elaboración del libro "La resistencia de los maestros sastres y el espíritu del tiempo".

-Usted es un gran defensor de la artesanía. ¿No es ir demasiado a contracorriente?

-Sí, totalmente. Porque hoy una sociedad de artesanos sería inviable. Yo lo enfoco desde otro punto de vista. Uno puede hacer un libro de sastres desde el punto de vista de la decadencia, derrotista. Pero preferí darle el enfoque de la sastrería como resistencia. Y lo enlazo con los factores políticos, económicos y estéticos.

-Explíquese.

-Los económicos y políticos son evidentes. Es una oposición frontal a las corporaciones y al mercado global que explota a los más débiles. La artesanía deja dinero en el barrio. Activa los circuitos económicos locales. Y lo más curioso de todo es que hay demanda de estas cosas, pero no hay oficiales, no hay formación profesional. Esto es consecuencia de la máquina.

-Que para usted es mala.

-La máquina en sí no es mala, lo malo es la "megamáquina", el conjunto civilizatorio. Lo positivo de la máquina tiene un peaje, un lado oscuro que no vemos. Porque, además, entran todas las cuestiones estéticas, que también tienen que ver con la historia cultural. Lo que prima son los mandatos de la moda, que implican giros del capital rápidos, consumos desaforados, obsolescencia programada y estar a merced de los caprichos de los árbitros de la moda del momento.

-Usted es un gran defensor del traje de sastre.

-El traje está en franca decadencia, pero lleva más de 100 años como está. Ahora todo ha cambiado. Pensemos en Mark Zuckerberg, Bill Gates o Steve Jobs. Tenían una cantidad enorme de camisetas y de tejanos porque decían que hay un tope máximo de decisiones por día, y levantarse y escoger lo que vas a vestir es una frivolidad y una tontería. Lo primero que hacían los capitalistas de los ochenta era ir al sastre. Todavía tenían códigos, había una experiencia simbólica en el traje; para esta gente no, es prescindible. Y después tienen la idea de que vamos a ser inmortales con la biotecnología. Es el tipo de filantropía de esta gente. Los capitalistas de los años 80 o los grandes clásicos dejaban bibliotecas, museos, aspiraban a dejar huella, a la posteridad... estos aspiran a la eternidad. Es un delirio absoluto.

-¿Por qué es tan importante la estética?

-Donde más incido es en la falta de gusto y la pérdida de las formas, del decoro, la educación. La gente viste a la moda, que no deja poso, ni en el pensamiento ni en el vestuario.

-Usted defiende todo esto desde una posición anticapitalista, pero en el sentir popular suena a burgués, a ideas de derechas.

-Sí. Es un gol que nos metieron. Se lo apropiaron. ¿Por qué para ser un radical tienes que renunciar a la estética? ¿Por qué la estética del andrajo? ¿Por qué la izquierda hacía esa apología de la pobreza en el vestir? Lo que yo reivindico es la exuberancia, el buen gusto, la educación sensorial. Los nuevos burgueses son los reyes del andrajo y del harapo. Y esto, lamentablemente, pasó también por ser una marca del radicalismo político mal entendido. Vas por ahí escupiendo y entonces eres un rebelde. Pues no. El feísmo y la miseria visual se han extendido, y no puede salir nada bueno de todo eso. No entiendo por qué la izquierda no le tiene ningún aprecio a la belleza.

-¿Y qué me dice del precio de las cosas?

-Hay una confusión. La gente cree que los precios baratos son sociales porque todo el mundo puede comprar las cosas, pero no es así. Las cosas son baratas porque se reducen la calidad y los costes, y no solo pagas mal a los trabajadores sino también, lo que es peor, impides la proliferación de artesanos locales.

-¿Y cómo se combate eso?

-Hay que defender la calidad en todo, empezando por los críos. Les damos juguetes de plástico y los acostumbramos a sonidos mecánicamente reproducidos. Y hay que ofrecer a los chavales un panorama en el que no hace falta consumir por consumir, en el que se busque la calidad.

Compartir el artículo

stats