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El oro negro de Villayo

"No hay relevo y todo lo traen de China", lamenta Miguel Vázquez, el último artesano que se dedica a la alfarería originaria de la parroquia llanerense, aunque él es natural de Corvera

"La supervivencia de la cerámica negra en Asturias es un suceso paranormal". Estas palabras no salen de la boca de cualquiera. Lo hacen de la de Miguel Vázquez (Lloreda, Corvera, 1960), uno de los mayores -por no decir el mayor- expertos en la cerámica de Villayo, además de artesano. Descubridor de la cerámica llanerense y, hoy en día, prácticamente el último que la cultiva.

La tradición alfarera en la parroquia llanerense, que se caracteriza por su color "negro", viene de hace siglos. Más concretamente de mediados del XVIII. Por aquel entonces, Faro (Oviedo) y Miranda (Avilés) eran los principales puntos alfareros de Asturias. Pero ambos pueblos estuvieron al borde de morir de éxito. Y es que dada la fama de esta artesanía, fueron muchos los menestrales que decidieron sumarse a la misma, lo que trajo consigo un gran problema: la falta de combustible.

La cerámica asturiana -tanto la de Faro como la de Miranda- se cocía en horno de leña, realizando un proceso que se conoce como reducción carbotermal -es aquí cuando la arcilla cambia su color rojizo por el negro-. El principal combustible de estos hogares era el rozo, y por aquel entonces no había suficiente de esta madera para abastecer la demanda generada por los artesanos.

Por este motivo, fueron muchos los que decidieron emigrar. "Hay constancia de que artesanos de Faro se movieron hacia la zona de Cangas de Onís, Cereceda (Piloña) y también Llanera", explica Vázquez desde su taller, ubicado en Los Campos, Corvera.

Además de documentación escrita -hay constancia de que un artesano ovetense bautizó a dos de sus hijos en Faro y a otros dos en Villayo-, la relación entre ambas cerámicas es palpable en el diseño, si bien éste sufrió modificaciones con el paso del tiempo. "Los diseños son totalmente democráticos, los hacían los vecinos. Aquí no hay nada de artístico. El artesano era artesano porque su padre y su abuelo lo habían sido. No se metían a ello por pura creatividad, aunque pudiese haber algún caso aislado. Por eso, la forma de los diferentes útiles que se hacían con barro se iban perfilando en función de las necesidades del cliente o de sus quejas", apunta el ceramista.

Pese a que pueda parecer lo contrario, Vázquez no guarda relación alguna con Villayo. Ni siquiera con Llanera. Y es que el primer acercamiento que tuvo el artesano con el concejo fue por mediación de la arcilla. "Yo aprendí todo lo que sé de José Manuel Feito -párroco de Miranda, Avilés-. Es el mayor estudioso de la alfarería en Asturias. Decir cerámica debe ser igual a decir Feito. Hay que reconocer su labor, porque fue quien impulsó la escuela de cerámica de Miranda, germen de la avilesina", enfatiza sobre su cicerone.

Tras años de estudio con Feito, fue el párroco quien le aconsejó que buscase nuevos horizontes en Llanera. Y es que la cerámica de Villayo era un campo, allá a comienzos de los años 80, aún sin explorar. Ni corto ni perezoso, Vázquez tiró de un compañero de trabajo -se desempeñó hasta su jubilación en la actual Aceralia-, para comenzar sus indagaciones. "José Manuel, al que todos conocíamos por Arlós, fue quien me abrió las puertas en el pueblo. Me acompañaba a las casas de los vecinos para ver si me dejaban escarbar un poco por allí, en busca de restos", recuerda.

Y vaya si los encontraron. "Haciendo excavaciones aparecieron piezas defectuosas, restos de barro... Mucho material que nos aportó pistas e información importante", afirma el artesano sobre estas prospecciones, que comenzaron en 1981 y de las que no guarda anotaciones ya que, apunta, su interés "nunca fue divulgativo".

Un sector en crisis

Vázquez y su mujer, la también ceramista Victoria González, echaron a andar, con el patrocinio del Ayuntamiento, la Escuela de Cerámica de Llanera en 1989. De entre todas las enseñanzas que se imparten en el centro, también se toca, por supuesto, la cerámica de Villayo, lo que, afirma, "ayuda a que sea conocida por los vecinos".

Pese a ello, Vázquez augura a esta artesanía un futuro como su color: negro. "No hay relevo. ¿Quién va a continuar con esta tradición? ¿Mi hija, que vive en Oslo?", se resigna. Y es que, a ojos del maestro, la alfarería -"y la artesanía en general"- no sólo está sufriendo los estragos de la crisis económica, sino que tiene la suya propia: la globalización. "Hubo alumnos que montaron talleres y que eran buenos, pero no pueden salir adelante. Es imposible cuando desde China o Marruecos te traen un material parecido por la décima parte del precio", clama.

A la hora de buscar responsables, Vázquez lo tiene claro, y señala a la Consejería de Empleo, Industria y Turismo. "No hacen nada por proteger al artesano local. Y estamos llegando a un punto en el que hasta la figurita del paisano escanciando sidra, en resina, se trae de China. Nos quedamos sin salidas comerciales", denuncia. Del mismo modo que también critica la gestión de algunas ferias. "En algunos lugares se optó por valorar más a los de fuera, llegando a pagarles incluso la estancia para garantizar su asistencia, mientras que a los locales se les dejó los peores sitios. Y eso no puede ser así", abunda.

Con el paso de los años, y ya jubilado, Vázquez considera que su pervivencia en este mundillo se dio "gracias a que tenía un trabajo" que le permitía "mantener la afición de la cerámica". Un arte "que lleva manteniéndose desde el Neolítico" y del que Vázquez no termina de entender su supervivencia: "Debería explicarlo un antropólogo, pero creo que se debe a este pueblo, el asturiano, que lucha por sus tradiciones".

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