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Quedan Comadres para rato

La fiesta polesa, de origen remoto y ascendencia sacra, ha tenido numerosas etapas, con el bollu preñáu como único protagonista superviviente

Una panadería de la Pola con mujeres cargando bandejas llenas de bollos de Comadres elaborados por ellas mismas; lo habitual era que cada familia se hiciera sus propios bollos y los llevase a cocer a los obradores. IMAGEN CEDIDA POR EL ARCHIVO MUNICIPAL DE SIERO

Mientras Jenaro Soto decretaba la muerte de la noche de Les Comadres y manifestaba su deseo de conservar intacto su legado culinario, el cocinero Borja Alcázar aventuraba que la fiesta sobrevivirá "porque está muy arraigada entre las polesas y polesos", y hacía hincapié en la responsabilidad de los hosteleros de hacer propuestas a sus comensales para recuperar el esplendor de otros tiempos. Lo que cabe preguntarse es: ¿de dónde viene aquel esplendor?

La fiesta de Les Comadres tiene una raíz inmemorial en la Pola, y hay numerosas conjeturas sobre su origen. En un trabajo realizado por la archivera municipal, Rosa María Villa, junto a Gregorio Fonseca, se ponen sobre el tapete numerosas teorías sobre el origen de un festejo que se celebra en toda España.

De entre todas ellas, los autores del trabajo se inclinan por la de Julio Caro Baroja, que en un estudio sobre todas las fiestas de Comadres "afirma que en España se celebraban y se celebran por las mismas fechas unos festejos con unas características parecidas, lo que hace suponer que todas ellas tuvieron un origen común en las fiestas romanas llamadas Matronalia, la fiesta de las mujeres casadas".

Las fiestas se celebraban en las calendas de marzo por las mujeres casadas en memoria de la terminación de la guerra entre los sabinos y los romanos. Más tarde, en la Edad Media, la iglesia veía con cierto recelo estas celebraciones "pero, al no suprimirlas, les dio un significado distinto, haciendo derivar el antiguo concepto de Matrona al de madrina".

La fiesta de Comadres tenía un origen sacro, de acción de gracias a los dioses, y una vertiente más humana y material: los banquetes que acompañaban las celebraciones. Curiosamente, al igual que ocurrió con las otras dos grandes fiestas de la Pola, los Güevos Pintos (que se celebra tras la Semana Santa) y El Carmín (después del Carmen), se desterró la parte sacra y sólo sobrevivió la profana, el banquete que hoy es seña de identidad de la fiesta.

La deriva hacia lo profano es común en las fiestas de Comadres de otras partes, pero la Pola tiene otro rasgo excepcional: su carácter mixto.

La fiesta experimentó una importante evolución a lo largo del tiempo. Lo que en un principio fue una fiesta sólo de mujeres, terminó convirtiéndose en una celebración familiar. Desde hace mucho tiempo, consistió en reunirse los familiares y amigos a merendar el bollu preñáu (que en la Pola está hecho de masa de pan o de hojaldre, con mantequilla y relleno de chorizo), acompañado de sidra y una naranja.

Las meriendas se hacían en el campo hasta que, a principios del siglo XX, por diversas razones, empezaron a hacerse en locales cerrados. No obstante, los niños conservaron durante mucho tiempo la costumbre de salir a comadrar a los alrededores del pueblo.

El siguiente gran paso en la evolución de la fiesta fue el baile en la plaza cubierta. A mediados del siglo pasado, con el nacimiento de la Sociedad de Festejos, surgió la necesidad de recaudar fondos para la entidad y comenzaron entonces a celebrarse las fiestas en la plaza. Esta cita de Les Comadres tuvo un gran auge y está entre lo recordado con más afecto por los polesos.

Pero no se paró ahí. En los años ochenta y noventa, con el auge de los discobares, el baile de la plaza languideció en favor de la calle, y Les Comadres vivieron su etapa más multitudinaria. Las familias y pandillas de la Pola conservaron la tradición de comadrar, pero empezaron a hacerlo en los bares, mientras que la gente del resto de Asturias acudía por miles a celebrar la primera gran fiesta del año. Entretanto, los niños conservaban la costumbre de comadrar por los alrededores.

Y todavía estaban por llegar cambios importantes, provocados por diversas circunstancias. Una de las más significativas fue el auge de Les Comadres -en este caso, con el enfoque tradicional "sólo para mujeres"- en otras localidades asturianas, especialmente en Gijón, que hizo que la afluencia de gente a la Pola menguase de forma exponencial desde principios de siglo. La otra, la llegada de la crisis económica y, con ella, el declive de la noche, que terminó por darle la puntilla a la celebración de la Pola. De forma paralela, la costumbre de los niños de salir a comadrar al campo fue también a menos.

Jenaro Soto trató de insuflarle algo de oxígeno a la fiesta en los últimos años organizando conciertos y bailes en la Plaza, pero las propuestas nunca acabaron de cuajar. Entre otras cosas porque los polesos, sin proponérselo, habían modificado sus costumbres y, en cierto modo, renunciado a su propia fiesta. A medida que Les Comadres iba perdiendo fuelle, los polesos se iban decantando cada vez más por reunirse el viernes, día de Comadrines.

Entonces llegó el momento en el que la gente de fuera de la Pola dejó de acudir a la localidad por Les Comadres, al mismo tiempo que los polesos se quedaban en casa y preferían esperar al viernes.

Ahora todo el mundo aboga por mantener la tradición culinaria -el bollu preñáu y la tortilla de sardines salones- por más que la fiesta haya perdido todo el tirón que tenía.

Y lo cierto es que, pese a los muchísimos vaivenes que se han visto a lo largo de los años, las panaderías están viendo crecer la venta de bollos, y la tradición de elaborarlos en casa pervive con muy buena salud. La mañana de Les Comadres sigue siendo la misma y todo indica que la fiesta no se perderá. Quedan Comadres para rato.

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