"Me riñen por no hacer algo especial, pero viendo que ya me emociono así al contarlo, me daría algo...".

Entre la nostalgia y el alivio, y entre la tristeza del decir adiós y la felicidad por lo mucho y bueno conseguido. Así fue ayer la despedida brindada por el hostelero de la noche César Loredo al negocio que desde hace casi 30 años se ha convertido en parada obligada de la movida polesa. El Abre César puso punto final ayer a tres décadas en las que generaciones y generaciones de sierenses aprendieron a mezclarse, a descubrir y disfrutar del rock and roll y, sobre todo, a conocerse.

Corría el año 1988 cuando César Loredo, animado por su hermano Valentín, decidió dejar su trabajo como camarero en la Bodega de Máximo y lanzarse a su propio negocio. Fue así como César abrió y nació el Abre César, creando lo que entonces sería uno de los primeros discobares o "chiringuitos", como le gusta a él decir, que poco después hicieron de la Pola la referencia del ocio nocturno de la región. "Al principio éramos cinco o seis, pero en torno a 1995 llegamos a ser 52 chiringuitos", recuerda.

Un ejemplo más de unos años dorados a los que, no obstante, el Abre César sobrevivió, pues no murió ni del éxito de las "vacas gordas" ni llegó nunca a ser engullido por crisis tan importantes como la reciente. "Cierro porque son muchos años y empiezan a dolerme hombros, cuello y casi todas las partes del cuerpo de tanto trabajo", confiesa un César Loredo que siendo un crío padeció la poliomielitis y desde entonces tuvo que convivir con limitaciones físicas que no llegaron a privarle de estar siempre al pie del cañón de su local de 48 metros cuadrados.

Lo modesto de sus instalaciones no fue nunca freno para conseguir cosas que jamás había imaginado. "Organizamos muchas actuaciones, llegando a referirse a nosotros en radios musicales de referencia y otras publicaciones como sala de conciertos pese a lo pequeños que éramos", relata un hostelero que lamenta cómo "el cambio de sistema" se ha cebado con la otrora pujante música en directo. "Internet y esas cosas han hecho que la gente ya ni siquiera responda a los conciertos", lamenta el padre de un establecimiento que fraguó su éxito en varios pilares básicos. "El trato familiar, el rock and roll e iniciativas culturales de todo tipo fueron siempre nuestro sello de identidad", explica. Pone como ejemplo las presentaciones de libros, revistas y otras publicaciones realizadas en su local durante todo este tiempo.

Preguntado por las muchas anécdotas vividas detrás de la barra, prefiere de momento no elegir ninguna, pero muestra disposición a retomarlas. "Seguro que irán saliendo muchas que fueron imborrables", comenta para, a continuación abrir la puerta a plasmarlas de algún modo. "No digo que no escriba un libro o haga algo similar", replica.

Sobre sus apoyos en todo este tiempo, destaca la labor del personal con el que contó desde su apertura, así como el papel jugado por su hermano Valentín. "Fue una especie de socio externo que me animó a empezar y que siempre estuvo ahí apoyando para que no decayera", explica con la voz entrecortada en una jornada, la de ayer, que comenzó a las ocho y media de la tarde como casi todos los días desde febrero de 1988. "Al principio abríamos a diario y de hace un tiempo para acá sólo cerramos los lunes". Un horario ininterrumpido que abarcaba hasta ahora como mínimo de las ocho de la tarde hasta la hora de cierre permitida por ley.

Una trayectoria que bien merece un homenaje como el que le brindaron ayer numerosos amigos, clientes y trabajadores que se acercaron por la noche al Abre César para despedir con un emotivo brindis de unos 48 metros cuadrados que muchos polesos nunca olvidarán.