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Marañueles de cuarta generación

"Cuando abrí tenía clientes que eran nietos de la clientela de mi abuela", señala Basi Muñiz, en la que termina la tradición familiar

Marañueles de cuarta generación

Basi Muñiz es marañuelera de cuarta generación. Su pena es que la tradición familiar de ponerse manos en la masa se truncará en cuanto deje de confeccionar el postre típico candasín. Sus dos hijas se dedican a profesiones bien distintas y "no quieren seguir". "Si soy sincera, no quiero que mis hijas vengan a las siete de la mañana a hacer marañueles, como llevo haciendo yo años y años", expresa Muñiz mientras amasa en la parte de atrás de su confitería. Basi Muñiz se define como "candasa cerrada", como su familia.

La pastelera desconoce si antes de su bisabuela Faustina Natividad, "Fausta", de Casa Ramiro, tuvo parientes que elaboraran marañueles. "Lo que sí sé es que sobre 1890 ya las hacía para la gente y las cocía en una panadería. Mi madre me decía que ella siempre hacía una marca para diferenciarlas de otras antes de meterlas al horno", explica Muñiz.

Fausta tuvo dos hijas, Basilisa y Braulia. Basilisa se casó con Genaro "Bombita", apodo que da nombre a la confitería que regenta su nieta en la calle Braulio Busto. "Mi madre y su hermana también hacían marañuelas en casa y las llevaban a un horno de Braulio Busto, donde a día de hoy hay una hamburguesería. Era confitería Avelino", señala la confitera. Su madre, también Basilisa y conocida como Sisa, siguió la tradición familiar y en 1964 abrió un horno en la calle Calvario para cocer el postre candasín: "Aprendió de su madre poco a poco, como me pasó a mí".

Cuando Basi Muñiz era una niña se fijaba en la manera de amasar de Sisa, cómo cuidaba los postres. El tiempo pasó y Muñiz, amante de la marañuela como la que más, creció y decidió montar un negocio que tuvo que cerrar cuando su madre falleció, hace ya más de treinta años. Eso sí, no dejó de confeccionar marañuelas. Seguía en su casa, donde las amasaba y mimaba la pasta. Trasladaba las planchas a un horno y vendía las piezas que podía.

Fue en 1994 cuando decidió volver a abrir un negocio de marañueles. "Tenía que decidir entre trabajar en una fábrica de conservas o hacer lo que sabía, y opté por lo segundo", remarca, al tiempo que recuerda que su madre y su tía Fernanda eran conocidas en Cimavilla (Gijón) por sus dotes marañueleras. "Cuando abrí tenía clientes que eran nietos de la clientela de mi abuela", indica antes de volver a lamentarse de la falta de relevo. Lo dice con la boca pequeña porque prefiere que sus hijas Marta y Tania Vega Muñiz sigan adelante con sus respectivas profesiones "nada que ver con la marañuela". A su nieto Mael, sin embargo, sí le gusta ayudar a su abuela Basi. De hecho, en la parte de atrás de la confitería, donde amasa la pasta, tiene guardados enseres de cocina de juguete para su nieto de cinco años.

"Esto se muere", afirma la candasina, sin saber calcular las marañuelas que han pasado por sus manos. "Muchas, muchísimas", señala la mujer, que no duda en afirmar que "si pudiera me jubilaría ahora mismo". Por momentos, Basi Muñiz echa la vista atrás y recuerda aquellos tiempos en los que las mujeres que se dedicaban a confeccionar el postre típico trabajaban sin cotizar y todo ello pese a su constancia diaria, ya que el descanso apenas existía. "Tras toda una vida entre marañueles, daría hasta clases para comerlas, que también las doy", ironiza la pastelera tras el mostrador de su negocio y al tiempo que vende otra bolsa de marañuelas al estilo "Bombita".

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