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El manitas que acabó de titiritero

Joaquín Hernández dio por casualidad con el mundo de los títeres, que le vino como anillo al dedo a sus inquietudes y habilidades manuales

Joaquín Hernández, en su taller de Vega de Poja. MANUEL NOVAL MORO

Joaquín Hernández solo recuerda, y muy difusamente, haber asistido a una función de títeres -ni siquiera tiene claro que no fuera circo u otra actividad- cerca de la casa de su infancia en Gijón. No fue de los que se sintió fascinado desde el minuto uno por las marionetas. Él era lo que se dice un manitas. Y también un niño inquieto. "Era formal pero inquieto, en el sentido de que tenía inquietudes", precisa.

Desde el primer momento se le dio bien dibujar y hacer manualidades. Hasta trataron de convencerlo, ya crecido, de que estudiara fotografía en Madrid. También le sedujo la arquitectura porque dice -eso sí, sin ningún asomo de soberbia- que siempre ha tenido "mucha facilidad, y una visión espacial muy desarrollada; era muy bueno en dibujo técnico".

Su dominio de las tres dimensiones le viene casi de nacimiento. Sin embargo, no terminó por dar el paso a los estudios de fotografía ni de arquitectura. Sí estudió delineación.

Lo de ser manitas parece que le viene de familia. Recuerda con claridad un fuerte de juguete que le regaló su padre, hecho por él mismo. Y también una caja de herramientas "no de juguete, sino de verdad; eran pequeñas, porque era un crío, aunque no puedo precisar cuántos años tenía, pero había tenazas, un serrucho, un martillo, tablas, clavos... todo lo necesario para practicar la carpintería". Todavía conserva la tenaza.

Todos estos antecedentes creativos parecían estar latentes esperando el momento de explosionar, y salieron a la superficie por una cuestión nada poética: la pura supervivencia. A principios de los años ochenta trabajaba de repartidor en una empresa de correspondencia bancaria. Al mismo tiempo, estudiaba magisterio y alimentaba, de un modo u otro, sus inquietudes culturales.

Por entonces, debido a estas iquietudes más que por una predisposición vocacional, se apuntó a un taller de animación infantil. Lo daban Paco Abril y Victoria Fernández, y se abrió ante sus ojos un mundo nuevo. A partir de ahí, empezó a hacer actividades en el verano, a hacer teatro de calle. Entonces fue cuando nació el colectivo de animación Quiquilimón, del que formó parte desde su fundación.

En todo este trabajo de animación con los niños empezaron a aparecer los títeres, las manualidades, la ingeniería de las figuras en movimiento, y él comenzó a hacer cosas porque las manualidades eran lo suyo.

El momento del salto a vivir de los títeres llegó con un acontecimiento nada agradable: la empresa en la que trabajaba cerró y se quedó sin empleo. "Tenía que buscarme la vida y empecé a dar talleres de teatro, y creé mi primer grupo, "Títeres de las nubes", en 1986", relata. Dos años después, a finales de 1988, se puso al frente de "Tragaluz Títeres", la compañía con la que sigue hoy en día. Además, hace cinco años que abrió en Vega de Poja el Museo del Títere, en lo que es también su casa y su taller. Allí alimenta todas sus pasiones en torno al mundo del títere.

"Yo soy feliz en el taller, me encanta hacer cosas, diseñar títeres... aquí dibujo y hago piezas que después enseño a elaborar en los talleres", asegura.

Pero también le gustan mucho las tablas: "Actuar es una satisfacción diferente. En el taller, tu trabajas en soledad y después muestras el resultado; actuar es conectar con el público, muchas veces ves que no llegas a todos pero siempre hay alguien con quien sintonizas y es muy satisfactorio", dice.

Y el museo es donde confluye todo. Enseña a la gente a realizar títeres y muestra a la gente la amplia colección de títeres, que aunque sin la mano humana son simples figuras siempre existe la oportunidad de que alguien les dé vida. Y ese alguien es el promotor del museo. "Por eso hago solo visitas guiadas. No me interesa que la gente llegue, vea los títeres y está, quiero que descubran mi mundo".

Por suerte, ese mundo, a medio camino entre el arte y la ingeniería del movimiento, está siempre a disposición de la gente. Porque allí donde está Joaquín Hernández parece que las cosas cobran vida.

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