Agustín Hevia Ballina (Lugás, 1938) es el archivero de la catedral de Oviedo, párroco de Lugás, Camoca y Valdebárcena (todas en Villaviciosa) e impulsor de varias recuperaciones patrimoniales en el concejo maliayés. Colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, es licenciado en Filología Clásica y Filología Bíblica, y realizó el doctorado en la primera especialidad. Habla cuatro idiomas extranjeros (inglés, francés, italiano y griego moderno). A estos méritos -a los que habría que añadir muchos más-, se suma desde hoy el de hijo predilecto de Villaviciosa, una distinción que le será entregada en el Teatro Riera de la Villa a las 12.00 horas.

- ¿Cómo recibe el nombramiento?

-Lo recibo con alegría e íntima satisfacción, no porque yo aspirara a él en modo alguno, sino simplemente porque se hace a un sacerdote en una corporación plural, pues ha habido unanimidad en el voto favorable de este nombramiento. Qué otra cosa voy a expresar, sino alegría y satisfacción.

- Ha colaborado en la reconstrucción de varios edificios sacros en ruinas, ¿en qué trabaja en la actualidad?

-Los ficheros que he ido elaborando abren el camino para completar la historia de las parroquias de Villaviciosa, que la tengo en perspectiva. Hubo un tiempo en el que estuvo más cerca, junto a José Antonio Mases, de Cabranes, con una idea de hacerlo sobre las parroquias de ambos concejos. Yo sigo acumulando cosas y datos, manejando libros de bautizados, de fábrica de las cofradías. Tengo un arsenal de ideas para llevar a cabo esta labor, que espero, con la gracia de Dios, tener vida para ello y realizarla.

- ¿Queda algún edificio sacro en el concejo por restaurar?

-En estado de ruina no hay nada más que la iglesia antigua de Rozaes, que se ve desde la autovía. La actual iglesia, Santa María de Rozaes, antiguamente era capilla de San Emeterio y San Celedonio, y sí que fue restaurada. Pero de la antigua, también llamada Santa María de Rozaes, se dejó de lado su restauración. Creo que es una tarea que debería ser asumida por parte de alguna entidad o mecenas. Tiene la dificultad, desde el punto de vista pastoral, de que está algo alejada de la población.

- ¿Cómo fueron los inicios, en la década de los ochenta, de la recuperación de iglesias?

-Empecé la labor por San Martín de Ternín, en Valdebárcena, que parecía inasequible del todo. El día de la Asunción de 1954 llegó a hundirse y en 1988 conseguimos restaurarla completamente, partiendo de cuatro muros que se conservan. Fue una de las que tomé con especial énfasis y dedicación. Recuerdo la primera reunión que tuvimos, cuando lo propuse, eran doce vecinos. Les dije: "por emprenderlo, por empezar, no se pierde nada". En otras, como la capilla de San José de El Llano, en Camoca, que también estaba hundida, teníamos cuatro muros. Iba los sábados a trabajar materialmente, a hacer lo que podía sin tener especialidad. A ellos les animaba. En este tiempo he tenido una colaboración espléndida por parte de los vecinos, que se han volcado en conservar elementos de su patrimonio histórico artístico. Siempre ha sido el lema que me ha movido: "nada sin la colaboración de los vecinos".

- Tuvo una temprana vocación religiosa, ¿cómo ve su dedicación con el paso del tiempo?

-Todo arrancó un día lluvioso. Había bajado a la Villa a buscar unos cristales. Don Gervasio, mi maestro, me ofreció unas galletas y un vino de misa para entrar en calor, y me dijo que convenía que me decidiera sobre mi futuro. Dije: "si fuera como los de Valdediós, me gustaría ser cura". Ahí empezó la trayectoria que, gracias a Dios y con la ayuda de la Santina de Lugás, estoy seguro de que no ha sido en vano. Me siento tan feliz que, si tuviera que escoger otra vez, volvería a elegir el mismo camino.