Ya en 1959 el párroco de la época, Manuel A. Menéndez, destacaba que "la romería del Carmín, que hoy parece totalmente profana, conserva todavía un resto de su primitivo carácter religioso: termina con el consabido estribillo de la danza prima en honor de la Virgen". Apuntaba que "se deja oír por todos los ámbitos de la Pola a altas horas de la madrugada, cuando los romeros, danzando alegremente, repiten con sus bien concertadas voces: ¡Viva la Virgen del Carmen!". Así lo recuerda Marisalva Prieto, gran conocedora de la historia local de Pola de Siero, que conserva en su archivo el libro de las fiestas de ese año.

Décadas después, la tradición se mantiene y el martes, los polesos despiden así sus fiestas, con la danza prima, que también bailan y cantan a la Virgen del Carmen tras la procesión del domingo. Recuerda que antaño la plaza de Les Campes era un bosque de añosos castaños y a la vera del Camino Real, que conducía a los peregrinos hacia Santiago, se levantó la capilla en honor a la Virgen. Pero "la afluencia de peregrinos el día de la fiesta era tal que fue necesario exponer la imagen a la veneración de los fieles fuera de la ermita", según el párroco. Bajo uno de aquellos seculares árboles se colocó un altar donde se postraban los romeros para cumplir sus promesas.

La devoción no estaba reñida con la fiesta, y en aquel castañedo también daban buena cuenta de suculentas meriendas, en las que reinaba la empanada de anguilas. Después seguía la danza y la diversión hasta la noche. Así empezó la romería del Carmín.