En el monte Fuxa repican las campanas. Eva Franco pide siete deseos, como manda la tradición, pero no se atreve a desvelarlos por miedo a que no se cumplan. Acaba de tomar un pedazo de empanada y está rodeada de amigos y familiares, como también manda la tradición de San Roque. Por su parte, José Luis Muñiz no sabe calcular con precisión los años que lleva subiendo al Fuxa los 16 de agosto. "Dejémoslo en toda la vida", sonríe el candasín, junto a los pequeños Nora y Xelaz Peláez. Muñiz también está en familia.

La romería comenzó a las seis de la tarde. Paso a paso, los candasinos suben por el alto de La Formiga hasta coronar el puerto. Una vez allí, hay que caminar un poco más. El olor de las costillas y los criollos a la brasa que prepara David Muñiz conquista buena parte del recinto. A pocos metros de la barra del bar de la fiesta, una empinada cuesta va llenándose poco a poco de jóvenes y no tan jóvenes. El fallecimiento de un joven en la cala de Los Curas, junto a Carranques, condicionó la fiesta. "No vamos a poner música", indicó David Muñiz, portavoz de la asociación "L'altu la lleva".

Mientras tanto, una larga cola espera para repicar las campanas. "Hay que tocar siete veces y pedir siete deseos", explica María Fernández al pie de la capilla de San Roque. El pequeño Juan Rodríguez también se anima a repicar las campanas, mientras el resto espera su turno.

Tras tirar del cordel atado a la campana del templo, algunos feligreses entran al interior de la capilla para rezar a San Roque.

Esta fiesta tradicional es muy candasina. Eso sí, también hay madrileños como Regina Martín y Paula Escorial. "Hemos traído el sol", afirma Escorial, con gafas de sol. Ambas llegaron a Candás a pasar el día y, de paso que visitaban a unos amigos, se animaron a subir al monte Fuxa. En su grupo también estaba José Ignacio Villalba, asturiano y residente en Madrid, y Juan Manuel Rosa, Begoña Chillón, Elena Sáiz y María José Calderón junto a los pequeños Pablo y Miguel Sáiz. Los hermanos Villalba, Lucía, María y Manuel, también estaban sentados en la parte baja de la romería. Cerca de ellos, Braulio Fernández llevaba una botella de sidra en su mano. Subía monte arriba, donde le esperaban sus amistades. Y todos en armonía mantienen viva la tradición de San Roque.