Estos últimos meses tuve bastante contacto con lo que podemos considerar el tejido asociativo del Bajo Nalón. Tenía la percepción de que tras estos colectivos había unos seres vivos, llamados presidentes, vocales o tesoreros capaces de sacrificar su tiempo libre por sus vecinos o asociados, pero siempre sospeché que eran una leyenda urbana más. Sufren horarios impredecibles y desarrollan tareas y funciones que puede que ni aparezcan en el diccionario, sometidos a situaciones tensas e imposibles, claramente insalubres.

Lo peor es que están constantemente sometidos al juicio injusto e inconexo de aquellas gentes que les regalan sus críticas gratuitas como premio a su esfuerzo. Pienso que esta capacidad de entrega y sufrimiento es vocacional, incluso genética, lo que hace que merezcan toda mi admiración y mi respeto.