Carabanzo (Lena),

Leticia G. HUERTA

Al final resultó que los temores de los astures eran fundados. La sospecha de que los romanos iban a invadir Carabanzo resultó ser una verdad como una casa. Pero menudos son los de Carabantius. Nada de amilanarse ni esconderse. Sólo se les ocurrió a los guerreros astures ponerse de fiesta. El tema no era luchar -eso es lo que les toca hoy-, más bien se trataba de hacer ver a los legionarios romanos que los astures serán muy brutos y muy locos, pero en ganas de fiesta no los gana nadie. Así que el día de ayer terminó convertido en una gran folixa de sidra y música dentro de la segunda jornada del festival astur-romano de La Carisa, que rememora el enfrentamiento entre los indígenas astures y los de Roma, allá por el siglo I a. C.

Lo primero que decidió el líder astur de Carabantius, Ausón, cuando le confirmaron la noticia de que los romanos estaban a las puertas, fue declarar la jornada de ayer como «el día del entrenamiento para la batalla». La idea era buena, lo que pasó es que la cosa se fue torciendo a lo largo del día. Al final no le quedó otra que declarar «el estado de fiesta permanente»; si había que morir en la batalla, que fuera «fartucos» de pasarlo bien.

La fiesta empezó al mediodía. Había que celebrar la llegada de la tribu astur de Astorga. Al son del tambor, las castañuelas y el repique de las espadas contra los escudos, los guerreros desfilaron por las calles de Carabantius entre vítores a sus líderes: «Viva nuestro caudillo», retumbaba sin cesar en las montañas lenenses. La parada final del desfile se hizo en la gran carpa del pueblo. Había que comenzar a hablar de las estrategias que se desplegarían para luchar contra los patricios. Pero el tema quedó aplazado para la tarde, pues allí se encontraba Paz García para animar a los guerreros de Pajares, y de más allá de Pajares, algunos llegados de Astúrica Augusta. García fue la encargada de la lectura del pregón de la fiestas, que terminó convirtiéndose en un agradecimiento a los jóvenes de Carabantius por haber hecho tantos esfuerzos para sacar adelante la fiesta. Luego resultó que ni negociaciones ni estrategias. Cuando terminó el pregón de la filóloga, la sidra empezó a correr entre guerrero y guerrero. «Bebida mágica», como señaló alguno de los guerreros. Bueno, la sidra y voces, entre las que sin duda alguna destacaron dos: la de Sebius, el gran caudillo astur de Astorga, que con sus palabras alentó a los suyos para la batalla, y la de Xuanín, líder de la tribu de Carabantius de los «Nugones», que con el cuerno en la mano auguró «una gran paliza para los romanos».

Y es que con los astures no hay quien pueda. A punto de que los romanos los «machaquen» y ellos, de comedia, con druidas incluidos. «No pasa nada por beber, mañana lo vamos a dar todo en la batalla», según palabras de un guerrero astorgano. Los de Carabantius lo suscribieron: «Les vamos a dar por arriba y por abajo», gritó Pulula. «Hoy nos entrenaremos y mañana que se preparen», se confió Maquis. «Si es que entre la sidra mágica y les fabes estamos imparables», añadió Priscila. A las dos y media arrancó el gran banquete en honor a los caudillos astures, donde la típica comida, la caldereta de cordero, fue devorada por todos los guerreros. «Hay que alimentarse bien, las proteínas son imprescindibles para la lucha» se oía entre los numerosos comensales.

Menos mal que por la tarde les llegaron los remordimientos de conciencia. Se pusieron en plan y comenzaron a entrenar para la contienda prevista para hoy. Las exhibiciones de lucha entre los musculosos guerreros astures fascinaron a todos los presentes. Puede que no fuera mucho tiempo dedicado al entrenamiento, pero menos es nada cuando se trata de prepararse para la guerra. Y, especialmente, sabiendo de antemano cuál es el resultado. Más que el entrenamiento, lo de los astures es la folixa.

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