Alguien escribió que el presente era el resultado del pasado y la causa del futuro. De ser esto cierto, los jóvenes han sido siempre considerados como esa parte del presente sobre la que reposa la compleja tarea de construir un futuro que, sin duda, sólo a ellos va a pertenecerles. ¿Pero se sienten los jóvenes de hoy verdaderamente obligados a tal empresa, o más bien sus esfuerzos se centran en intentar que su capacidad obtenga la mejor cosecha posible en una tierra cada día más infértil para las oportunidades? ¿El compromiso que los jóvenes tiene con el futuro ha dejado de ser una lucha por los derechos colectivos para reducirse sólo a una batalla por los intereses personales?

Todo parece indicar que son la apatía, la pasividad, el desencanto o la falta de actitud (llámenlo como prefieran) lo que caracteriza el grado de compromiso y la participación que los jóvenes tienen en la sociedad. Pero ¿cuál es el motivo o la causa de dicho síntoma? Yo, al igual que estos jóvenes, pertenezco a una generación cuya historia la están contando quienes no forman parte de ella. Pertenezco a una generación que no tiene un gran relato o una gran historia que contar sobre sí misma. Y es que mi generación no alberga en su seno referente alguno con el que poder sentirse identificada, pues en el arte o la cultura, tales referentes pertenecen a otras épocas. Y si nos adentramos en el terreno de lo público o lo político, de los escasísimos jóvenes que ocupan ciertos puestos de relevancia, resultará extremadamente difícil encontrar a alguno cuyo discurso suene distinto del de quienes han permitido su ascenso.

Me preocupa el rechazo que la mayoría de los jóvenes siente por la política, porque dentro de unos años ellos serán los llamados a tomar decisiones y eso no será posible si antes no se les hace sentir afecto por lo público. Y ésa es una tarea que compete a esos mismos partidos políticos que echan en cara a los jóvenes su escasa participación. Los mismos que hoy son incapaces de conseguir que los jóvenes vean en la participación política el cauce adecuado para canalizar su compromiso con el futuro y hacerlo, además, ya no desde la egoísta perspectiva de resolver los intereses personales, sino desde una generosa visión colectiva. ¿Acaso se contempla como una amenaza que los jóvenes de hoy estén tan politizados como la generación de quienes les precedieron? ¿De verdad se piensa que los jóvenes se van a creer eso del relevo generacional por boca de políticos que llevan veinte años en el mismo cargo?

No, los jóvenes podrán ser apáticos, pero no tontos; lo que explica, en parte, su escasa participación política. Y es que no pueden participar por la sencilla razón de que aquéllos a quienes los partidos sitúan como reclamo de su implicación política, más que acercarlos, los alejan.