En nuestras Cuencas tenemos una juventud tan buena y tan mala como la del resto de España. Aunque, pensándolo mejor, hay un sector minoritario, activo, participativo, con ganas de aprender y deseos de conocer, que lucha contra el «aquí no hay nada que hacer», que es mucho mejor que el de otros lugares. Y lo es porque aquí sus condiciones son más difíciles que en tierras más prósperas.

Los jóvenes pasivos, indolentes, despreocupados, que desperdician los días como si sobraran, son mayoría aquí y en todas partes. Y siempre ha sido así. No son más que el reflejo de la sociedad en general. Una minoría se mueve, se mantiene viva, alerta y estimulada mientras la gran mayoría vegeta y se deja llevar. De hecho, el mundo evoluciona, aunque lo haga bastante mal, gracias a las minorías.

A lo que iba: lo lastimoso del asunto es que, por desgracia, las Cuencas ofrecen muy poco al grupo puntero de nuestra juventud y esto es causa de que se desperdicien talentos y que otros se desarrollen en lugares más propicios. En la actualidad, nuestras Cuencas son un buen sitio para vivir si lo importante ya lo tienes resuelto, pero un terreno muy árido para labrarse un porvenir.

Echando una ojeada al mercado laboral te das cuenta de que si a los 25 años no se tiene ya una notable preparación, las probabilidades de encontrar un buen puesto de trabajo caen en picado. Y esa formación se obtiene fuera de aquí, en las zonas generadoras de riqueza.

Los jóvenes ambiciosos (en el buen sentido de la palabra) que quieren ir poniendo los peldaños de la escalera que les conduzca a sus sueños están obligados a emigrar, porque si dejan pasar los trenes sin subirse a ninguno de ellos, corren el riesgo de quedarse para siempre plantados en la estación.

No obstante, hay ejemplos sobresalientes de jóvenes decididos a hacer de nuestras Cuencas un lugar mejor. Si miro a mi alrededor, me encuentro con voluntarios de todo tipo, chicos que combinan los estudios con el deporte de competición, grupos unidos por la afición a la música, al teatro, veinteañeros que trabajan una burrada de horas a cambio de cuatro perras pero determinados a ganarse la vida con su propio esfuerzo, no con el sudor del de enfrente, como es norma común.

Al final, mi conclusión es que la juventud es lo mejor que tenemos, a la que debemos buena parte de lo que se está moviendo en las Cuencas, a la que castigamos limitando sus oportunidades en un entorno de pasividad, conformismo y desmotivación. Les estamos dejando una herencia miserable y aun así los hay que arriman el hombro.